Verba volant, scripta manent

lunes, 16 de junio de 2025

Cuando los norteamericanos perdieron 200 soldados tomando una isla deshabitada



Las islas Aleutianas son un archipiélago de islas volcánicas que se extiende a lo largo de más de 1900 kilómetros por el Pacífico Norte, desde Alaska a la península rusa de Kamchatka. Son mas de 300 islas que, descubiertas y exploradas en el siglo XVIII, permanecieron bajo soberanía rusa hasta que en 1867 fueron vendidas, junto con Alaska, a los EEUU por 25 millones de dólares. Los rusos conservaron únicamente la soberanía sobre las islas más cercanas a sus costas, las llamadas Islas del Comandante.

A principios de junio de 1942, apenas seis meses después del ataque a Pearl Harbor, una nutrida fuerza aeronaval japonesa, bajo el mando del vicealmirante Kakuji Kakuta, se dirigió a las Aleutianas, bombardeando las bases norteamericanas en Dutch Harbor (en la isla Unalaska) y Fort Glenn (isla Umnak) los días 3 y 4 de junio, y desembarcando en la isla de Kiska (277 km2) el 6 de junio y en la de Attu (896 km2) al día siguiente. Para entonces la mayoría de sus habitantes habían sido evacuados a Alaska; solo quedaban 42 indígenas aleuts y un matrimonio blanco en Attu, que fueron capturados y llevados a Japón, y diez soldados de la Marina que atendían una estación metereológica en Kiska (dos murieron y ocho fueron tomados como prisioneros).

Tropas japonesas izan la bandera imperial tras tomar Kiska (6 de junio de 1942)

Aún genera dudas el motivo por el que los japoneses atacaron las Aleutianas. Seguramente, fue en parte una maniobra de distracción para desviar la atención de los norteamericanos de su verdadero objetivo: las islas Midway, donde había una importante y estratégica base aeronaval que fue atacada por los japoneses al mismo tiempo y donde se iba a librar una de las batallas decisivas de la guerra en el Pacífico. También hubo cierto componente propagandístico: al tratarse las islas de territorio norteamericano (fueron el único territorio de EEUU ocupado durante la Segunda Guerra Mundial, y la primera vez que una potencia extranjera invadía el país desde la guerra anglonorteamericana de 1812) su conquista se publicitó en Japón como una gran victoria de su ejército.

En un primer momento, la reacción norteamericana fue de indiferencia. Attu y Kiska no tenían valor estratégico, ni económico: eran islas desoladas, demasiado lejos de cualquier objetivo apetecible para un ataque japonés. Durante los primeros meses apenas les prestaron atención más allá de bombardear de vez en cuando las posiciones japonesas desde los aeródromos construidos a toda prisa en las islas de Adak y Atka (a unas 200 millas de Kiska y el doble de Attu). La mayoría de los altos mandos norteamericanos eran partidarios de dejar a los japoneses allí hasta el final de la guerra, si fuera preciso, y concentrar sus esfuerzos en el Pacífico Sur, donde realmente se iba a decidir el destino del conflicto. Pero había otra corriente de opinión, patriótica y nacionalista, para la que la presencia de tropas invasoras en territorio norteamericano era una ofensa y un deshonor al que había que poner remedio de inmediato. También se decía que los japoneses podían usar las islas como cabeza de puente para atacar Alaska o incluso la costa oeste norteamericana; algo sumamente improbable, ya que los japoneses carecían de bombarderos con tanta autonomía.

Tropas norteamericanas desembarcando en Massacre Bay (isla de Attu)

Mientras tanto, las tropas japonesas se dedicaban a fortificar ambas islas, construyendo posiciones defensivas, túneles, nidos de ametralladoras, en vistas al contraataque norteamericano, mientras eran abastecidas regularmente por convoyes enviados desde Japón. Los norteamericanos tardaron meses en reaccionar; ni siquiera aprovecharon cuando, entre agosto y octubre de 1942, la guarnición de Attu fue trasladada a Kiska en previsión de un ataque, quedando la isla desocupada. Finalmente, en enero de 1943 los americanos desembarcaron en Amchitka, una isla a solo 50 millas de Kiska, cuyo relieve plano la hacía perfecta para instalar un aeródromo. En marzo de ese año, el contraalmirante Thomas C. Kinkaid decretó un bloqueo naval a las islas; una fuerza naval al mando del contraalmirante Charles McMorris fue desplegada en la zona para interrumpir el envío de convoyes de aprovisionamiento a las islas. El 27 de marzo la escuadra de McMorris interceptaba cerca de las Islas del Comandante a un convoy japonés que llevaba suministros para Attu y Kiska; se trataba de tres buques de carga custodiados por cuatro destructores, dos cruceros pesados y dos ligeros. Los norteamericanos, pese a contar con fuerzas inferiores (cuatro destructores y un crucero pesado y otro ligero) se lanzaron al ataque; tras un intercambio de cañonazos, el vicealmirante Boshiro Hosogaya, al mando de la flota japonesa, decidió retirarse, temeroso de que los americanos recibieran refuerzos (una decisión duramente criticada a su regreso a Japón y que provocó su destitución). La llamada batalla de las islas Komandorski supuso el final de los convoyes de aprovisionamiento a las posiciones japonesas en las Aleutianas, que a partir de entonces tuvieron que ser abastecidas con submarinos, lo que redujo sensiblemente la cantidad de víveres y municiones entregada.

Finalmente, el 11 de mayo de 1943 15000 soldados de las Divisiones 7ª y 17ª, apoyados por tres escuadrones de la Fuerza Aérea canadiense, desembarcaban en Attu en lo que se llamó Operación Landcrab. Eligieron atacar primero Attu, la más lejana de las dos islas, porque en ella la guarnición japonesa era menor y porque así dejaban a Kiska entre dos bases americanas. Los norteamericanos encontraron problemas desde un primer momento. Las rigurosas condiciones climatológicas, agravadas porque muchos de los soldados carecían de ropa y equipos adecuados para el frío, provocaron numerosas bajas por hipotermia, congelación y enfermedad. El suelo de la isla, mayormente blando y encharcado, impedía usar vehículos de carga para desembarcar el material, que tenía que ser llevado a mano, multiplicando el esfuerzo de los soldados y el tiempo necesario para ello. Además los japoneses, en lugar de atacarlos en las playas, prefirieron retirarse y atrincherarse en las zonas más elevadas de la isla, desde donde francotiradores, nidos de ametralladoras y pequeños grupos de soldados con ametralladoras ligeras y morteros convertían en un suplicio el avance de los americanos hacia el interior. La inteligencia americana, además, estimaba en unos 500 los soldados japoneses en la isla; en realidad había cerca de 3000. 

El 29 de mayo, tras 17 días de combates, sin alimentos, sin apenas municiones y habiendo perdido toda esperanza de recibir auxilio, el comandante japonés, el coronel Yasuyo Yamasaki ordenó matar a sus heridos con inyecciones de morfina y se puso al frente de los últimos supervivientes para lanzar un último ataque a la desesperada, con el objetivo (más ilusorio que real) de tomar Engineer Hill, una posición elevada donde los norteamericanos habían instalado una batería de artillería, con el objetivo de usar sus propios cañones para bombardear a las tropas americanas. Muchos de los japoneses iban armados únicamente con sus bayonetas, debido a la carencia de municiones. La carga japonesa tomó por sorpresa a los americanos, sobrepasando sus primeras líneas y llegando hasta la retaguardia, donde se enzarzaron en un brutal combate cuerpo a cuerpo. Fue una de las mayores cargas banzai (ataques suicidas en oleadas) de la guerra, y como era habitual en este tipo de ofensivas, provocó la muerte de la mayoría de los atacantes, incluido Yamasaki y todos sus oficiales. Los que no cayeron en combate se suicidaron luego haciendo explotar granadas pegadas a su pecho.

Esa carga supuso el final de la resistencia japonesa en Attu, aunque los informes de la Marina norteamericana hablan de pequeños grupos aislados que siguieron hostigando a los americanos hasta principios de julio, y que el último japonés abatido en la isla lo fue el 8 de septiembre. Oficialmente, los japoneses tuvieron 2351 muertos (probablemente fueron muchos más; esos fueron únicamente los cadáveres enterrados por los americanos) y solo 28 prisioneros, ninguno de ellos oficiales, y casi todos demasiado heridos como para seguir combatiendo. Por su parte, los norteamericanos tuvieron 549 muertos y cerca de 1200 heridos, además de otras 1800 bajas por enfermedad y congelaciones. Una gran fuerza naval, formada por más de una veintena de unidades, había comenzado a reunirse en la Bahía de Tokio para acudir en ayuda de Attu, pero la isla había caído antes de que la flota estuviera dispuesta para zarpar.

Soldados norteamericanos disparan fuego de mortero contra posiciones japonesas en Attu

La feroz resistencia japonesa supuso un shock para los soldados norteamericanos. Sabían de la combatividad de los nipones, pero en modo alguno esperaban una resistencia tan encarnizada y suicida. También sus superiores estaban hondamente preocupados por el elevado número de bajas que habían tenido. Y en Kiska había muchos más japoneses que en Attu, entre 5000 y 6000 soldados. Así que en lugar de lanzarse inmediatamente a su conquista, prefirieron tomarlo con más calma y preparar el ataque con más precauciones. En las siguientes semanas, Kiska fue sometida a intensos bombardeos por mar y aire, como preparativo para el desembarco.

Sin embargo, a partir del mes de junio las fotografías tomadas por los aviones norteamericanos que sobrevolaban la isla mostraban una extraña actividad. Los japoneses parecían haber desmantelado algunos edificios, desmontado parte de su artillería antiaérea y había una inusual actividad en el puerto. La inteligencia norteamericana informó a Kincaid de que todo indicaba que los japoneses se preparaban para evacuar Kiska; pero el contraalmirante creyó que se trataba de una estratagema y que sus enemigos les estarían esperando ocultos en el interior de la isla, como en Attu. Y el plan para el desembarco, denominado Operación Cottage, siguió como estaba previsto, pese a que las fotografías aéreas mostraban nuevos indicios: vehículos que parecían llevar días sin moverse, falta de respuesta a los daños causados por los bombardeos, incluso los pilotos americanos informaban que ya no recibían fuego de la artillería antiaérea, solo disparos aislados de armas de menor calibre. El 28 de julio cesaron por completo las transmisiones de radio procedentes de Kiska; pero una vez mas Kincaid creyó que todo era parte de un plan de los japoneses.

Aviones de la USAF bombardean Kiska

Mientras las tropas norteamericanas se preparaban para el asalto definitivo a Kiska tuvo lugar un extraño incidente que pasaría a la historia como la Batalla de los pips. El 27 de julio la fuerza naval norteamericana que patrullaba la zona detectó en sus radares una serie de pips (contactos) de origen desconocido a unos 80 millas al oeste de Kiska. Creyendo que se trataba de una flota japonesa, se ordenó abrir fuego contra ellos. Los acorazados USS Mississippi y USS Idaho dispararon más de 500 proyectiles de 360 milímetros hacia aquella zona. Los contactos acabaron por desaparecer y se creyó que habían hundido a todos los barcos enemigos; pero, al registrar la zona no encontraron ningún indicio que indicara que allí se habían hundido barcos, ni restos a la deriva, ni cadáveres, ni manchas de combustible. Mas tarde se confirmaría que no había ningún barco japonés en más de 300 kilómetros a la redonda. Los contactos se han explicado como errores del radar (una tecnología entonces aún muy moderna) o bien, más recientemente, como bandadas de pardelas sombrías (Ardenna grisea) o pardelas de Tasmania (Ardenna tenuirostris), aves migratorias que suelen pasar por las Aleutianas en torno a julio.

El 15 de agosto de 1943 35000 soldados norteamericanos, de varias unidades como la 7ª División y la 10ª División de Montaña desembarcaban en la costa este de Kiska, en medio de una intensa niebla que imposibilitaba la acción de la artillería. Al día siguiente, una fuerza de 5300 soldados de la 6ª División canadiense hacían lo propio en la parte opuesta de la isla. Algunos habían vivido los combates de Attu, y otros habían oído hablar de ellos; todos tenían los nervios a flor de piel, esperando el inminente ataque japonés de un momento a otro. Pero los japoneses no acababan de aparecer. Sin embargo, los soldados, altamente sugestionables, informaban de voces hablando japonés entre la niebla y de escondites donde habían encontrado comida aún caliente, como si acabaran de haber sido abandonados. Y empezaron a sucederse los tiroteos fortuitos y los casos de fuego amigo: el nerviosismo general hacía que los soldados disparasen al menor indicio, creyendo ver enemigos por todas partes. 

Y para colmo de males, los canadienses, igualmente nerviosos, habían comenzado a avanzar hacia el interior de la isla sin coordinarse con los norteamericanos ni asegurarse de su posición. Una avanzadilla canadiense tomó contacto con una norteamericana y cada una creyó que los otros eran japoneses; en el tiroteo que se desató a continuación murieron cuatro canadienses y veintiocho norteamericanos, con medio centenar de heridos por cada bando. El número de bajas seguía aumentando antes de que nadie hubiera visto a un solo japonés; al fuego amigo se sumaban los accidentes, las minas y las bombas trampa instaladas por los japoneses. El 18 de agosto el destructor USS Abner Read chocó con una mina cuando entraba al puerto; la explosión le arrancó parte de la popa y causó la muerte de 71 marineros y heridas a otros 47.

Tropas americanas desembarcando en Kiska

El 24 de agosto Kiska fue declarada segura sin que se hubiera informado de ningún contacto con tropas japonesas. ¿Donde estaban? Lo que los americanos habían tomado como una estratagema para hacerles creer que los japoneses abandonaban la isla resultó que era real. Una vez hubo caído Attu, los japoneses sabían que su situación en Kiska era insostenible y el alto mando ordenó la evacuación total de la isla. Después de varias semanas de preparativos, el 28 de julio, el día que habían cesado las comunicaciones de radio, una flotilla japonesa, amparada en la densa niebla que envolvía la isla, había evacuado a la mayor parte de los soldados y de su equipo, llevándolos a un puerto seguro en las islas Kuriles. Atrás había quedado únicamente un reducido número de soldados, que eran los responsables del fuego de ametralladoras contra los aviones americanos, para completar el desmantelamiento e instalar trampas y minas; habían sido evacuados unos días más tarde a bordo de un submarino. 

Como resultado final de la Operación Cottage, los norteamericanos habían tenido unos 200 muertos y 400 heridos. Un número indudablemente elevado para tomar una isla en la que no quedaba nadie, aunque a la opinión pública se le vendió como un éxito la reconquista de la isla.

domingo, 8 de junio de 2025

¿Sabías que...

... el presidente francés Félix Faure (1841-1899) murió al sufrir un ataque de apoplejía mientras su amante, Madame Steinheil, le practicaba sexo oral en el despacho presidencial?

... solo dos personas han ganado el máximo premio económico de la versión americana del célebre concurso ¿Sabes más que un niño de primaria? ? Una es Kathy Cox, antigua superintendente del sistema de escuelas públicas del estado de Georgia. El otro, George Smoot, Premio Nobel de Física en 2006.

... el 90% de las personas adoptadas en Japón son varones adultos de entre 20 y 40 años? Es una costumbre bastante arraigada que hombres ancianos sin hijos adopten a un empleado o a un familiar para convertirlo en su heredero.

... Swazilandia prohibió por ley en 2013 que las brujas que vuelen en escobas volasen por encima de los 150 metros de altura?

... según una teoría formulada por un profesor de la Universidad Berkeley de California, el peso de Internet, calculado como el peso de los electrones en movimiento que generan la electricidad necesaria para almacenar toda su información, equivaldría a unos 50 gramos, lo mismo que una fresa?

... incluyendo a todos sus territorios, Francia tiene doce zonas horarias diferentes, más que cualquier otro país del mundo?

... el zifio o ballenato de Cuvier (Ziphius cavirostris) es capaz de permanecer hasta dos horas bajo el agua sin subir a la superficie a respirar?

... la allodoxafobia es el miedo irracional a las opiniones de otras personas?

... la palabra más larga del idioma español es "electroencefalografista"?

... una de cada dieciocho personas presenta un pezón supernumerario? A este fenómeno se lo denomina "politelia".

... un estudio llevado a cabo en Japón en 1995 demostró que las palomas son capaces de distinguir entre un cuadro de Monet y otro de Picasso?

... el símbolo conocido como "almohadilla" o "numeral" (#) también se conoce como michi, tatetí, tresenlínea, gato y vieja?


domingo, 1 de junio de 2025

El caso de los hermanos Stratton

Alfred Edward Stratton (1882-1905) y Albert Ernest Stratton (1884-1905)

La mañana del lunes 27 de marzo de 1905 un joven de 16 años llamado William Jones llegó a su lugar de trabajo, una tienda llamada Chapman's Oil and Colour Shop, en el número 34 de la calle Deptford High, en el distrito londinense de Lewisham. Para su sorpresa, pese a ser ya las ocho y media de la mañana, la tienda permanecía cerrada, algo muy inusual, ya que su propietario, Thomas Farrow, de 71 años, que vivía con su esposa Ann, de 65, en el apartamento que había sobre la tienda, nunca abría su negocio a una hora tan tardía. William llamó repetidas veces, pero nadie le respondió, así que se asomó a una de las ventanas. Y lo que vio le alarmó: la habitación desordenada y varias sillas tiradas en el suelo.

El joven Jones corrió a buscar ayuda y encontró a Louis Kidman, otro empleado que se dirigía a su trabajo. Entre los dos consiguieron forzar la puerta de la tienda y encontraron el cuerpo del señor Farrow en un charco de sangre, con señales de haber recibido una brutal paliza. Su esposa Ann estaba todavía en su cama, inconsciente y también brutalmente apaleada. De inmediato se avisó a la policía y a un médico y la señora Farrow fue llevada a un hospital.

Un primer examen del escenario determinó el robo como causa más probable del crimen. Como Jones contó a los agentes, el señor Farrow tenía por costumbre llevar cada lunes al banco la recaudación de la semana anterior (que se calculó en unas trece libras de la época) y una caja de caudales vacía se encontró tirada en el suelo. Dado que la puerta no había sido forzada y que los Farrow iban vestidos con sus ropas de dormir, se supuso que los autores habían conseguido que el señor Farrow les abriera la puerta con algún engaño, tras lo cual lo habían golpeado brutalmente y subido al dormitorio, donde atacaron a su esposa y se hicieron con el dinero. Las manchas de sangre sugerían que el señor Farrow había recuperado la consciencia y había tratado de impedir su fuga, siendo entonces golpeado de nuevo hasta la muerte. Una palangana llena de agua sanguinolenta indicaba que los asesinos se habían lavado las manos antes de huir. El hallazgo de dos máscaras abandonadas, fabricadas con sendas medias, apuntaba a que habían sido dos los asaltantes.

Ante la gravedad del caso se hicieron cargo de la investigación el inspector jefe Frederick Fox y Melville Macnaghten, jefe del Departamento de Investigación Criminal y Comisionado Asistente de la policía de Londres, y conocido por su intervención un par de décadas antes en la investigación de los crímenes de Jack el Destripador. Fue precisamente Macnaghten quien, revisando el escenario del crimen, se fijó en que en de la caja de caudales vacía había una mancha grasienta que resultó ser una huella dactilar. Con sumo cuidado, envolvió la caja en su propio pañuelo y la llevó a la Oficina de Huellas Dactilares de Scotland Yard.

Charles Stockley Collins

En aquellos días el uso de huellas dactilares era todavía una técnica reciente y que generaba dudas a muchos. La propia Oficina había sido fundada hacía menos de cuatro años (precisamente Macnaghten había sido uno de sus más entusiastas apoyos) y, aunque había logrado algunos éxitos, como la condena por robo de Harry Jackson (la primera condena en el Reino Unido conseguida con las huellas dactilares como evidencia) y la identificación de varios fugitivos que se ocultaban bajo identidades falsas, nunca había tomado parte en un caso de asesinato. Por aquel entonces estaba dirigida por el inspector Charles Stockley Collins, considerado el mayor experto en huellas dactilares del país, quien examinó en persona la huella del caso Farrow. Collins concluyó que se trataba de la huella de un pulgar, probablemente de la mano derecha, y tras estudiarla descartó que perteneciera a los Farrow o al sargento Harry Atkinson (que había admitido haber tocado la caja con las manos desnudas durante la investigación). Tampoco coincidía con ninguna de las entre 80 y 90000 huellas dactilares que la Oficina tenía ya en sus archivos, así que iban a necesitar un sospechoso para compararlas. Esperaban que la señora Farrow pudiera darles algún indicio sobre los culpables, pero lamentablemente falleció en el hospital el 31 de marzo, sin haber recuperado la consciencia.

La policía interrogó a numerosos testigos; Deptford High era una calle muy transitada, incluso a hora muy temprana. Varias personas afirmaron haber visto a dos hombres salir de la tienda sobre las siete y media de la mañana; uno iba vestido con un traje marrón oscuro y una gorra, el otro con un traje azul marino y un bombín. Dos de los testigos habían reconocido a uno de aquellos hombres como Alfred Stratton, un viejo conocido de las autoridades policiales. Aunque nunca había sido arrestado, Stratton era un personaje habitual del submundo criminal de Londres. También tenía un hermano, Albert, de similares antecedentes y cuya descripción coincidía con la del otro sujeto. La novia de Alfred, Annie Cromarty, fue interrogada, y admitió que Alfred se había ausentado aquella madrugada y que al regresar se deshizo de la ropa que llevaba puesta; llevaba, además, una importante cantidad de dinero cuyo origen no quiso confesar a Annie. La policía, gracias a las indicaciones de Annie, encontraría más tarde la cantidad de cuatro libras, enterradas junto a una fuente cerca de su casa.

Con estos indicios se extendió una orden de arresto para los dos hermanos, que fueron detenidos el 2 de abril. Se les tomaron las huellas dactilares y Collins, tras examinarlas, concluyó que la huella de la caja de caudales coincidía exactamente con la huella del pulgar derecho de Alfred Stratton. Los dos hermanos fueron acusados oficialmente de asesinato y su juicio comenzó el 5 de mayo en el tribunal del Old Bailey.

Sir Melville Leslie Macnaghten (1853-1921)

El juicio iba a suponer un punto de inflexión para el uso de las huellas dactilares como prueba en casos criminales. Macnaghten, Collins y el fiscal Robert Muir sabían que siendo la huella de Alfred Stratton la principal prueba de cargo contra los hermanos, todo el caso iba a depender de si el jurado la aceptaba como una evidencia fiable o no. Por eso Muir quiso plantear un caso sólido alrededor de la huella. Llamó al estrado a numerosos testigos que habían visto a los dos hermanos en la zona aquella madrugada; dos de ellos, un boxeador llamado Henry Littlefield y una joven local llamada Ellen Stanton, identificaron a Alfred Stratton fuera de toda duda. El patólogo que había examinado los cadáveres de los Farrow testificó que las heridas de ambos eran compatibles con las que habrían causado varias herramientas que la policía había incautado a los Stratton. Annie Cromarty repitió su testimonio, añadiendo que Alfred le había pedido unos días antes del crimen un par de sus medias, y que le había dicho que, en caso de que alguien le preguntase, dijera que la noche del crimen la había pasado con ella. Por su parte Kate Wade, la novia de Albert, reconoció que este no había estado con ella la noche del crimen, algo poco habitual.

La defensa había previsto esta estrategia, y tenía preparada una explicación alternativa, que el propio Alfred Stratton explicó desde el estrado. Según él, la madrugada del día 27 su hermano Albert había acudido a su casa a pedirle dinero para alojarse en una pensión. Alfred había ido a ver si tenía, pero cuando regresó Albert ya se había ido. Alfred fue en su busca y lo encontró a cierta distancia, en Regent Street, diciéndole que no tenía dinero pero podía quedarse en su casa; había sido entonces cuando los testigos los habían visto juntos, no en Deptford High, como habían dicho. Ambos habían regresado a casa de Alfred, donde habían permanecido hasta las nueve de la mañana. Además, afirmó que el dinero que había escondido junto a la fuente lo había ganado en un combate de boxeo varias semanas antes del crimen. Para contrarrestar esta versión, el fiscal Muir llamó a declarar a William Gittings, un empleado de la cárcel en la que los Stratton habían estado recluidos en espera de su juicio. Según Gittings, Albert Stratton le había dicho en una conversación que creía que a su hermano iban a ahorcarlo y que a él le caerían diez años de cárcel. "Él me ha metido en esto", había dicho a Gittings, declaración que Muir interpretó como una confesión.

Y llegó el momento fundamental del juicio: el momento en el que fiscalía y defensa debían de tratar de convencer al jurado de la fiabilidad o no de la identificación mediante las huellas dactilares. La fiscalía llamó a Collins a declarar. Collins hizo un pormenorizado relato de como era el proceso de toma y comparación de huellas dactilares; mostró al jurado la caja de caudales, les mostró como la huella coincidía exactamente con la de Alfred Stratton, y con ninguna otra de las miles que Scotland Yard tenía en sus archivos, y respondió con claridad y seguridad a todas las preguntas que le hicieron. A continuación, la defensa llamó a declarar al doctor John Garson. Garson era un eminente doctor y antropólogo, que había sido incluso profesor del propio Collins; estaba claro que la estrategia de la defensa era desacreditar a Collins oponiéndole a otro experto de mayor prestigio. Como era de esperar, Garson trató de negar la validez de las conclusiones de Collins, mostrándose más que escéptico acerca del valor de la huella como prueba de cargo. 

La caja de caudales de Thomas Farrow, con la huella dactilar de Alfred Stratton 

Sin embargo, la fiscalía también había preparado su contraataque. A preguntas del fiscal, Garson tuvo que admitir que no era un experto en huellas dactilares; al contrario, siempre se había mostrado contrario a su uso. Había declarado en su contra en el Comité Belper, celebrado en diciembre de 1900, y que había recomendado que a partir de entonces los registros criminales del Reino Unido incluyesen las huellas dactilares, y era un encendido defensor de la antropometría (la medición de las partes y proporciones del cuerpo humano) como sistema de identificación. Como golpe de gracia, Muir mostró al tribunal dos cartas escritas por Garson en similares términos, una enviada a la fiscalía y otra a la defensa, ofreciéndose a declarar en el juicio a favor de cualquiera de las dos partes que le pagara más. Cuando Muir le preguntó cómo justificaba haber escrito tales cartas, Garson se limitó a decir que él era "un testigo independiente", pero su credibilidad había quedado en entredicho y el propio juez Channell, que presidía el tribunal, llegó a comentar que aquellas dos cartas convertían a Garson en un testigo "absolutamente indigno de confianza".

Ambas partes terminaron el juicio con sus alegatos, pero la decisión del jurado estaba más que cantada. Tras menos de dos horas de deliberación declararon a los hermanos Stratton culpables de asesinato, y el 6 de mayo ambos fueron condenados a la pena capital, sentencia que se cumplió por ahorcamiento a las nueve de la mañana del 23 de ese mismo mes en la prisión londinense de Wandsworth.

El caso de los hermanos Stratton (también conocido como el caso de los crímenes Farrow, el caso de los crímenes de Deptford o el caso de los asesinos enmascarados) figura de manera destacada en la historia de la Criminología moderna. Fue el primer caso de asesinato en el Reino Unido que terminó en una condena gracias a las huellas dactilares. El caso sentó un precedente, demostrando la validez de aquella técnica que hasta entonces había estado en entredicho, y que se acabaría convirtiendo en una herramienta básica de la ciencia forense y de la investigación criminal.