Benedicto XVI
Casualmente, hace poco más de un mes contaba la peculiar historia de Benedicto IX, el Papa que en el siglo XI ocupó la silla de Pedro en tres ocasiones diferentes y fué de los pocos en renunciar voluntariamente a su cargo. Y ahora que el actual Papa Benedicto XVI ha anunciado su renuncia, no está mal dar un repasito a los otros papas que por voluntad propia (o no) dijeron adiós al papado.
El primero fué San Clemente I. Clemente es el cuarto de la lista oficial de Papas, pero es muy poco lo que se sabe de él. Apenas hay datos biográficos, y ni siquiera está clara la fecha en la que fué elegido. La información sobre él varía según los diversos autores, e incluso algunos le atribuyen haber sido el heredero directo de San Pedro, que luego habría renunciado en favor de Lino y Anacleto y vuelto a ser obispo de Roma tras la muerte de éste. Sea como sea, lo que parece bastante asumido es que, a finales del siglo I, fué arrestado y enviado al exilio por el emperador Trajano. Para que la Iglesia romana no quedara privada de un director, renunció a su cargo en favor de San Evaristo y marchó al exilio en Quersoneso (Crimea), donde, según la tradición, fué asesinado arrojándolo al mar con un ancla atada al cuello.
Luego viene San Ponciano. Su caso es muy similar al anterior. Elegido Papa en el 230, gozó de cierta tolerancia bajo el gobierno de Alejandro Severo, amigo suyo. Pero, cuando en 235 accedió al trono Maximino el Tracio, éste reanudó las persecuciones de los cristianos. Ponciano y su gran rival Hipólito (que no reconocía a Ponciano y se autonombraba Papa) fueron desterrados a las minas de sal de Cerdeña, donde fueron azotados hasta morir. Antes del destierro, ambos coincidieron en nombrar como sucesor a San Antero, solucionando así el cisma en el seno de la Iglesia.
Algo más complicado es el caso de San Silverio (536-537). Fué elegido Papa en contra de la voluntad del emperador bizantino Justiniano I y su esposa Teodora, quienes defendían a otro candidato, Vigilio. El general bizantino Belisario invadió entonces Roma para imponer a su candidato. Silverio fué depuesto acusado de conspirar con el rey ostrogodo Vitiges, y se nombró Papa a Vigilio. Silverio fué enviado a Patara (Turquía), y más tarde se le permitió volver a Italia. Pero la emperatriz Teodora lo hizo arrestar y lo desterró a la isla de Palmarola, donde murió poco después.
Luego tenemos el caso de nuestro viejo amigo Benedicto IX, y de sus coetáneos Silvestre III y Gregorio VI. Los tres fueron elegidos Papa de una manera poco ortodoxa y los tres fueron depuestos del cargo.
El siguiente de la lista es Celestino V. Un caso muy curioso: era un monje benedictino que hacía vida de ermitaño en una cueva de los Abruzos. En 1294 la iglesia llevaba más de dos años sin Papa, tras la muerte de Nicolás IV. Entonces, Pietro (que así se llamaba) viajó a Roma para hablar a los cardenales y anunciarles que debían elegir Papa porque la Iglesia no podía continuar sin lider. Y se volvió a su cueva... donde lo fueron a buscar poco después para comunicarle que el cónclave lo había elegido a el. Duró en el puesto sólo seis meses, de julio a diciembre de 1294. Viéndose incapaz de soportar las responsabilidades religiosas, políticas y económicas inherentes a su cargo, renunció en favor de Bonifacio VIII. No tuvo mucha suerte: muchos no entendieron su decisión (el propio Dante lo colocaría más tarde en el infierno junto a los cobardes en su Divina Comedia), y además Bonifacio, temiendo que se arrepintiera y tratara de recuperar el papado, lo hizo encarcelar hasta su muerte, en 1296.
Y el último hasta la fecha ha sido Gregorio XII. Elegido Papa en 1406, en lo más crudo del llamado Cisma de Avignon, durante el que convivieron más de treinta años dos papados, uno con sede en Roma y otro en Avignon (Francia). Finalmente, en el concilio de Constanza (1414-1418) se reunieron Gregorio XII y los antipapas Benedicto XIII (el llamado Papa Luna, natural de Zaragoza) y Juan XXIII. Gregorio XII y Juan XXIII renunciaron y Benedicto XIII fué depuesto. Finalmente, en 1417 fué elegido Martín V, con el consenso de todo el Concilio, y de nuevo la Iglesia volvió a tener una única cabeza visible. Tras su renuncia, Gregorio XII fué nombrado "Pontífice emérito de Roma" y se retiró a Recanati hasta su muerte.
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