Verba volant, scripta manent

martes, 23 de abril de 2013

El saqueo del Douro

  
                                                             RMS Douro


El vapor RMS Douro fué botado en 1865 en los astilleros de J. Caird & Co. en Greenock (Escocia). Con una eslora de casi 100 m. y 2800 toneladas de GRT, alcanzaba una velocidad de 12 nudos, y tenía capacidad para 313 pasajeros (253 en primera, 30 en segunda y 30 en tercera), además de 80 tripulantes. Era propiedad de la naviera británica Royal Mail Lane (conocida en España como la Mala Real) y formaba parte de la llamada "serie D" junto a otros buques como el Darro, el Don o el Demerara. Buques que tuvieron un papel importante en la oleada migratoria desarrollada a finales del siglo XIX y principios del XX. A bordo de estos barcos, miles de emigrantes españoles (en buena parte gallegos) partieron hacia Latinoamérica en busca de una vida mejor y un futuro a los que no podían aspirar en su patria. Aunque, por sus características, el Douro era más un buque para viajeros de clase media-alta que un buque típico de emigrantes.
El Douro fué destinado inicialmente a la ruta de las Indias Occidentales (las posesiones británicas en el Caribe: Jamaica, Trinidad y Tobago, Antigua, St. Kitts, Granada...) hasta julio de 1869, en que fué trasladado a la ruta Southampton-Buenos Aires, con escalas en Vigo, Lisboa, Madeira, Bahía, Río de Janeiro, Pernambuco, Montevideo... Se convirtió rápidamente en un buque popular por su comodidad y seguridad; en 1872 llegó a tener como pasajeros al rey de Brasil Pedro II y a su familia.
La trayectoria del Douro se vería, sin embargo, truncada en 1882. En su 62º viaje transatlántico, volviendo a Inglaterra, el Douro colisionó con el vapor español Irurac Bat (que había zarpado de A Coruña poco antes con destino a La Habana y Puerto Rico) a las 10:45 de la noche del 1 de abril, a la altura de la tristemente famosa Costa da Morte gallega. El accidente se debió, al parecer, a una confusión de los oficiales del Douro, que tomaron un rumbo directo de colisión con el buque español pese a que las condiciones del mar eran buenas y la visibilidad (con luna llena), excelente.
Ambos barcos, gravemente dañados, no pudieron llegar a puerto y se hundieron con rapidez. Afortunadamente, cerca de ellos se encontraba un tercer buque, el inglés Hidalgo, que evitó una tragedia de mayores proporciones al rescatar a la mayoría de los casi 400 pasajeros y tripulantes del Irurac Bat y 140 (80 tripulantes y 60 pasajeros) del Douro. Aún así perdieron la vida 59 personas; incluídos el capitán británico, Ebenezer C. Kemp, sus oficiales y el jefe de máquinas, que se hundieron con el barco. Y además, se fué al fondo con el Douro una importante fortuna: en su caja fuerte iban una considerable cantidad de monedas de oro y plata, lingotes y diamantes brasileños, además de una remesa de 30000 libras esterlinas que el London & Brazilian Bank enviaba a su sede central en Londres.
Durante un siglo, el Douro reposó tranquilamente en el fondo del mar, a la altura de la villa marinera de Laxe... hasta que vinieron a turbar su reposo. A mediados de los años 80, varios investigadores comenzaron a buscar el pecio, recurriendo a las hemerotecas, a los informes oficiales, y también a los pescadores de la zona, que sabían perfectamente dónde había barcos hundidos (porque sus redes quedaban atrapadas en ellos) e incluso podían identificar a algunos de ellos. Dos nombres se mencionan repetidamente: el escritor y arqueólogo belga Robert Sténuit, y el escritor británico Nigel Pickford, especializado en buques y tesoros hundidos. La parte que hizo cada uno no está clara, y desde que el "caso Douro" se hizo público tratan de eludir responsabilidades. Pero lo cierto es que los datos sobre el barco acabaron llegando a manos de Sverker Yngvesson Hallstrom, un ingeniero sueco reconvertido en buscador de tesoros, que se interesó vivamente por el Douro. Y comenzó a buscarlo con tecnología especializada, incluídos minisubmarinos para la exploración de los fondos, hasta que en 1995 dio con el Douro. Y entonces viene la parte lamentable. En lugar de comunicar su descubrimiento a las autoridades, Hallstrom contrató los servicios del Deep Sea Worker, un buque de exploración y rescate equipado para trabajar a gran profundidad. Para encubrir sus actividades, solicitó a la Capitanía del puerto de A Coruña un permiso para buscar bancos de sardina en la costa coruñesa. Al parecer, a nadie le extrañó que una empresa llamada International Marine Salvage pidiera un permiso de ese tipo y se le concedió.
El resto de la historia os lo podeis imaginar. En sólo unos días, los "rescatadores" lograron recuperar del fondo marino la práctica totalidad del tesoro del barco: más de 25000 monedas (la mayoría, soberanos de oro, pero también algunas monedas portuguesas y brasileñas de los siglos XVIII y XIX, extremadamente raras y valiosas), además de lingotes de oro, joyas y otros objetos de valor. Y una vez tuvieron el tesoro en sus bodegas, se marcharon discretamente. Si en la época dorada de la piratería la base pirata por excelencia era la isla de Tortuga, estos piratas pusieron rumbo a otra isla pirata: Jersey. Jersey, una de las islas del Canal y bajo soberanía británica, posee una legislación financiera propia que la convierte en un notorio paraíso fiscal. En fin, tras esperar un año y un día, como dicta la ley, Hallstrom puso inmediatamente a la venta lotes de monedas en casas de subastas por todo el mundo, e incluso a través de Internet (un soberano de oro se vendía a 695 $; haced cuentas de los beneficios que sacó de su expolio). Para ello, Hallstrom no tuvo reparo alguno en confesar su origen y el modo en que se había hecho con ellas. Sólo entonces se enteraron las autoridades españolas del sangrante saqueo que había sufrido su patrimonio subacuático, pero los escasos intentos de llevar el caso a los tribunales no tuvieron resultado alguno. El tesoro permaneció en manos de Hallstrom (se especula con que la parte que todavía no ha vendido puede estar a buen recaudo en Singapur, donde su empresa tiene su sede). Afortunadamente, las autoridades españolas no se han mostrado tan apáticas y negligentes con el reciente caso del Nuestra Señora de las Mercedes, expoliado por la empresa norteamericana Odissey. Hallstrom sigue presumiendo de sus hazañas en su web, donde alardea de rescates pasados y proyectos futuros.
Uno de los soberanos de oro de 1856 que llevaba el Douro
 

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