Oficial y bandera del Tercio de Gallegos |
El 29 de octubre de 1806 se produjo el primer ataque de las tropas británicas, que conquistaron la estratégica ciudad de Maldonado. El 14 de enero de 1807, una flota británica, mandada por el almirante Stirling (sustituto de Popham) llegaba a Montevideo llevando al ejército de Auchmuty (unos 4300 hombres) junto a varios batallones mas; un total de 6000 soldados, frente a los escasos 3000 que defendían la ciudad. Los británicos desembarcaron a diez kilómetros de la ciudad el día 16, y de nuevo quedó patente la cobardía del virrey Sobremonte, que se dio a la fuga. Pese a la tenaz resistencia de la guarnición y la ciudadanía, las tropas de Auchmuty tomaron Montevideo el 3 de febrero, eso si, sufriendo numerosas bajas. Liniers, que acudía en su auxilio con un ejército de 3000 hombres, tuvo que volverse a Buenos Aires.
Ante la desastrosa actuación de Sobremonte, se reunió en Buenos Aires un cabildo abierto (impulsado por Álzaga, elegido como alcalde en enero) que decidió desposeer de su cargo al virrey y nombrar a Liniers como virrey provisional del Río de la Plata. Una decisión insólita, ya que nunca un virrey, nombrado directamente por el rey español, había sido depuesto por una institución americana. Las autoridades españolas, temiendo que cundiera el ejemplo en otras colonias, anunciaron que Sobremonte había renunciado "por motivos de salud".
Sir John Whitelocke (1757-1833) |
Ante la falta de respuesta, las tropas británicas prosiguieron su avance hasta entrar en la ciudad a primera hora del día 5. Si pensaban que la conquista les resultaría tan sencilla como a Beresford, se equivocaron de cabo a rabo. Liniers y Álzaga habían convertido la ciudad en una ratonera, colocando barricadas, pozos y trincheras en la principales calles y apostando tiradores en ventanas y azoteas. El resto de los 9000 hombres de que disponían lo distribuyeron en distintos puntos estratégicos de la ciudad. Y Whitelocke colaboró con una estrategia errada, dividiendo sus tropas en doce columnas que entraron por distintos puntos, con la orden de no disparar hasta llegar a la Plaza de la Victoria.
Los soldados británicos empezaron a sufrir los ataques nada más entrar en la ciudad. Desde posiciones elevadas los tiradores batían sin piedad sus filas, mientras que desde las ventanas de las casas arrojaban sobre ellos piedras y líquidos hirviendo (agua, aceite, manteca derretida). Cada metro que se internaban en la ciudad era un infierno para ellos. Los británicos lograron alguna victoria parcial, pero a un gran coste, como la toma del cuartel de El Retiro, heroicamente defendido por cuatro compañías (una de Patricios, otra de infantes de Marina, la compañía de granaderos del Tercio de Gallegos y una compañía auxiliar de Pardos y Morenos), unos 600 hombres. Tras resistir hasta agotar sus municiones y viéndose acorralados, los defensores lanzaron un ataque a la desesperada con las bayonetas caladas dirigido por el capitán coruñés Jacobo Adrián Varela, logrando abrirse paso y evacuar a la mayor parte de sus tropas. Los ingleses tomaron el Retiro, pero sufrieron importantes pérdidas.
En pocas horas las columnas inglesas habían sido desbaratadas y la mayoría de los soldados que no habían muerto se batían en retirada. Craufurd se atrincheró con algunos hombres en el Convento de Santo Domingo, donde se negó a rendirse; siguió luchando hasta que, pasadas las tres de la tarde, tuvo que ceder y entregar su espada al capitán Bernardo Pampillo, de la 7ª Compañía del Tercio de Gallegos.
Los ingleses habían sufrido una derrota completa y sin paliativos. Habían tenido cerca de 3000 bajas: 311 muertos, 679 heridos y más de 1800 prisioneros y desaparecidos. Por su parte, los defensores de la ciudad habían tenido 302 muertos, 514 heridos y 105 desaparecidos. Liniers exhortó a Whitelocke a capitular. Éste aceptó las condiciones de Liniers el día 7, incluida una cláusula añadida por sugerencia de Álzaga, en la que el inglés se comprometía a abandonar el Río de la Plata, incluido Montevideo, con todas sus tropas antes de pasados sesenta días. Hubo un intercambio de prisioneros, los ingleses tuvieron que entregar sus armas y sus banderas y el 9 de septiembre abandonaban definitivamente Montevideo.
La brillante actuación de los defensores de Buenos Aires permitió a la corona española conservar sus colonias rioplatenses durante unos años; sin embargo, también sirvió para convencer a los criollos de que podían gobernarse a si mismos sin necesidad de la tutela española, lo que cristalizaría en la formación de una Junta autónoma en 1810 y más tarde en la independencia de Argentina (1816) y Uruguay (1830).
Santiago de Liniers, nombrado conde de Buenos Aires y que ostentaría el cargo de virrey hasta 1809, moriría fusilado en 1810, por mantenerse leal a la corona española y oponerse a los designios de la Junta, el mismo destino que sufrió Martín de Álzaga en 1812. Rafael de Sobremonte fue juzgado en consejo de guerra a su vuelta a la Península, pero no fue condenado (el propio Liniers testificó en su favor); sería ascendido a mariscal de campo y ocupó diversos cargos oficiales hasta su muerte, en 1827.
En el bando inglés, a Whitelocke se le atribuyó la responsabilidad de la derrota y sería sometido a un consejo de guerra a su vuelta a Inglaterra. Fue declarado culpable de haber cometido errores graves de estrategia como el haber dividido sus fuerzas y no haber socorrido a las columnas atrapadas en el interior de la ciudad, así como de haber entregado Montevideo pese a que la ciudad estaba bien defendida y no corría peligro inminente. Se le declaró "incapaz e indigno de servir a Su Majestad en cualquier servicio militar" y por ello se le expulsó deshonrosamente del ejército.
La derrota de sus tropas generó una durísima respuesta por parte de la prensa y la opinión pública del Reino Unido. Fue calificado de "desastre" y "calamidad nacional". El periódico The Times, muy crítico con la actuación de su ejército, dijo literalmente que "El plan original era malo, y mala la ejecución. No hubo nada de honorable o digno en él; nada a la altura de los recursos o el prestigio de la nación. Fue una empresa sucia y sórdida". Acusaba a su ejército de haber actuado movido únicamente por la codicia ("Avaricia y pillaje sólo comparables a las vergonzosas expediciones de los bucaneros") en lugar de haber tratado de ganarse el favor de los habitantes de la colonia y criticaba los múltiples errores cometidos tanto en la concepción como en la ejecución del plan. Aunque claro, quizá la reacción popular habría sido diferente de haber vuelto victoriosas sus tropas; no hay más que recordar cómo Popham y Beresford habían sido recibidos con alabanzas y celebraciones cuando volvieron a Londres con el tesoro saqueado en Buenos Aires. Tesoro que, por otra parte, los ingleses no consideraron conveniente devolver; se lo quedaron argumentando que era una compensación "por los prejuicios sufridos cuando los españoles habían abolido la libertad de comercio en el Río de la Plata". Como se suele decir, la victoria tiene muchos padres pero la derrota es huérfana.
Versos satíricos publicados en Londres sobre la desastrosa campaña del Río de la Plata |
No debe olvidarse el apoyo de tropas paraguayas que acudieron en auxilio de Buenos Aires y cuya llegada fue oportuna para rechazar a las invasiones inglesas
ResponderEliminarDesde luego, para rechazar a los ingleses reunieron todas las tropas que pudieron encontrar en la provincia.
EliminarUn saludo.