Iglesia del Cristo de la Luz (Toledo), antigua Mezquita de Bab al-Mardum |
Tras la conquista del reino visigodo por los musulmanes a principios del siglo VIII, los nuevos territorios conquistados (primero como provincia del Califato de Damasco, y a partir de 756 como emirato independiente) tuvieron en Córdoba su nueva capital. Pero la que durante tres siglos había sido la capital de la Hispania visigoda, Toledo, ahora rebautizada como Tulaytulah, se resistía a perder protagonismo e influencia. Buena parte de su nobleza se había convertido al Islam para poder mantener sus privilegios y la ciudad se convirtió en un quebradero de cabeza para los gobernantes cordobeses, quienes intentaron amansarla, unas veces con cortesía y diplomacia, y otras con mano dura. Pero la nobleza toledana siguió mostrándose independiente y rebelde, desoyendo los mandatos e incluso siendo cuna de revueltas y levantamientos. Uno de estos, encabezado por un tal Obeid Allah ben Jamir, se produjo en 797 y fue tan importante que el entonces emir, Al-Hakán (o Alhakén) I tuvo que enviar un ejército, mandado por su leal servidor Amrús ibn Yusuf, gobernador de Huesca, para sofocar la rebelión.
Pero Al-Hakán estaba ya harto de la rebeldía toledana, y decidió que ya era hora de darles un escarmiento. Y así, Amrús fue nombrado nuevo gobernador de Toledo. Llegó a la ciudad con buenas palabras y gestos de cordialidad, mostrándose afable y contemporizador. Además, Amrús era muladí (cristiano converso al Islam), al igual que la mayor parte de la nobleza de Toledo, mientras que los anteriores gobernadores habían sido de origen árabe, lo que contribuyó a que el recién llegado se ganara la confianza de sus nuevos súbditos.
Y así, como muestra de buena voluntad, Amrús anunció la celebración de un gran banquete para honrar al príncipe Abd al-Rahmán, hijo mayor de Al-Hakán, quien había llegado a la ciudad al frente de un ejército que se dirigía, supuestamente, a combatir en la Marca Superior, en la frontera norte del emirato. Amrús invitó a la celebración a las más destacadas personalidades de la ciudad: nobles, autoridades religiosas, ricos comerciantes... Todos acudieron, vistiendo sus mejores galas, al palacio del gobernador, sin saber lo que les esperaba. Porque, nada más entrar en el palacio, los invitados eran conducidos a través de un estrecho pasillo hasta una sala donde les esperaban unos verdugos, que los iban decapitando conforme llegaban para luego arrojar sus cadáveres a un foso excavado previamente. Y así, durante horas, hasta que alguien dio la voz de alarma al darse cuenta de que ninguno de los que habían entrado al palacio había vuelto a salir, permitiendo huir a los que todavía no habían accedido al palacio (aunque varios de ellos fueron luego capturados y ejecutados por los soldados de Abd al-Rahmán). Las cifras varían según las fuentes, pero el número de muertos se calcula entre 400 y 700.
¿Sucedió de verdad este hecho? Hay opiniones a favor y en contra. La historia del Foso de Toledo aparece recogida tanto en crónicas musulmanas, como Los caminos de los perspicaces en los reinos de los confines, de Shihabuddín Ahmad Ibn Fadl Allah al-Umari, como cristianas, tales como la Historia o Descripción de la Imperial Ciudad de Toledo de Pedro Alcocer. Sin embargo, todas son varios siglos posteriores a los hechos narrados. Algunos historiadores contemporáneos como Álvaro Galmés de Fuentes opinan que nunca sucedió y que se trataría de una leyenda preislámica que se adaptó a una época posterior. En todo caso, no parece que surtiera un efecto demasiado prolongado, porque Toledo sería protagonista de otros dos levantamientos, en el 811 y el 829, y no sería sometida definitivamente hasta que en el 927 Abd al-Rahmán III sitió y tomó la ciudad.
Toledo en la Edad Media |
Curioso. Me recuerda mucho a la leyenda de la Campana de Huesca y el rey Ramiro II de Aragón.
ResponderEliminarPosiblemente estos dos escarmientos legendarios tengan un origen común, y es que aquella época está empapada en violencia pura y dura..
Un abrazo
Las costumbres de la época. Escabechinas así no eran infrecuentes en aquellos días.
EliminarUn abrazo, Rodericus
Pues no lo sé, seguramente algún tanto de verdad puede que tenga, como lo tiene la leyenda de la campana de Huesca> (la conté en una vieja entrada titulada "De las campanas"), en la que el rey Ramiro el Monje, de forma muy similar a la contada por usted aquí para Toledo, eliminó a los díscolos nobles que se le oponían.
ResponderEliminarUn saludo.
Pues no lo sé, seguramente algún tanto de verdad puede que tenga, como lo tiene la leyenda de la campana de Huesca> (la conté en una vieja entrada titulada "De las campanas"), en la que el rey Ramiro el Monje, de forma muy similar a la contada por usted aquí para Toledo, eliminó a los díscolos nobles que se le oponían.
ResponderEliminarUn saludo.
Pudiera ser. Dicen que todas las leyendas tienen un poso de verdad. Quizá ambos sucesos fueron simples ejecuciones colectivas, a modo de escarmiento, que luego fueron "adornadas" con elementos de una leyenda preexistente.
EliminarUn saludo.
http://desdelaterraza-viajaralahistoria.blogspot.com.es/2011/10/de-las-campanas.html