José María Chao Rodríguez (1790-1858) |
José María Chao Rodríguez nació en Lebosende, en el municipio orensano de Leiro, el 30 de marzo de 1790, hijo de un matrimonio de labradores acomodados. Estudió en el Colegio de Farmacia de Santiago, donde se alistó en el Batallón Literario, formado por estudiantes de la universidad compostelana para plantar cara a los invasores franceses, y luego se unió al Ejército regular como practicante hasta 1814. Terminada la guerra, tras acabar sus estudios, abrió farmacia propia en Ribadavia, donde comenzó también su actividad política. De ideales profundamente antiabsolutistas, tras la revolución de 1820 defendió activamente las posiciones liberales, hasta el punto de enfrentarse en varias ocasiones a los absolutistas como miembro de una milicia liberal.
Sin embargo, tras la abrupta caída del régimen liberal en 1823 sus partidarios empezaron a ser perseguidos por Fernando VII. La situación de Chao se agravó cuando en 1824 fue nombrado Capitán General de Galicia el que iba a convertirse en su Némesis: el general Nazario Eguía, reaccionario, ultraconservador y furibundo antiliberal. Su llegada marcó el inicio de una auténtica cacería de liberales, muchos de los cuales pagaron con el presidio o la horca sus ideas. Fue el caso de Chao, quien se había trasladado a Vigo en 1826 y abierto una nueva farmacia, que muy pronto se convirtió en un centro de conspiraciones antiabsolutistas, lo que le valió al boticario pasar dos años en la cárcel, hasta principios de 1829, a los que siguieron otros cuatro de confinamiento en Santiago. Precisamente, Santiago era la ciudad a la que el general Eguía había trasladado la sede de la Capitanía, huyendo del excesivamente liberal ambiente coruñés, donde había estado hasta entonces, en busca de otro más de su gusto. Y es en Santiago, en octubre de 1829, donde tiene lugar uno de los hechos más sonados asociados a la figura de Chao.
Nazario Eguía y Sáez de Buruaga (1777-1865) |
Pero la amenaza de Eguía no pudo llevarse a cabo. Nadie pudo probar la implicación de Chao en el atentado (que quedó sin esclarecer, pese a ofrecerse 40000 reales y la amnistía a quien delatase al responsable) y él mismo (y sus hijos, tras su muerte) negó siempre haber tenido nada que ver en el suceso. Tras el incidente, la vida siguió más o menos igual: el general siguió firmando condenas contra los liberales, aunque ya no con su mano, sino con un sello que su graciosa majestad Fernando VII le había concedido para tal fin. Y Chao volvió a pasar alguna que otra temporada en prisión, dedicándose entre encarcelamiento y encarcelamiento a sus dos grandes aficiones: la química y las conspiraciones políticas.
Así, hasta 1833, año en el que por fin Fernando VII el Deseado murió y su hija Isabel heredó la corona. Nuevos aires empezaron a soplar en la política española, aires que también se llevaron a Eguía de Galicia (años más tarde, disgustado por el nuevo gobierno, que juzgaba desagradablemente progresista, acabaría uniéndose a las huestes carlistas). En cuanto a Chao, se trasladó de nuevo a Vigo y su suerte comenzó a mejorar. A finales de 1835 el gobernador de Pontevedra le concede una comisión para fumigar los buques sospechosos de portar infecciones que arribasen al puerto vigués. Las distinciones y nombramientos continuaron llegando: boticario mayor del Hospital Real de Santiago, catedrático de Farmacia Experimental en el colegio de Farmacia (1843), profesor de Química e Historia Natural de la Escuela del Puerto de Vigo en 1850...
Durante la gran epidemia de cólera de 1854-55, que entró en España a través del puerto de Vigo (habría un segundo foco más tarde en Barcelona) y se extendió a todo el país, matando a 300000 personas en un año, Chao se distinguió en la atención a los enfermos, recibiendo por ello una distinción de la Junta de Sanidad. Precisamente esa epidemia dio lugar a su única publicación conocida, Específico contra el cólera (1854), un ensayo en el que describe con detalle los síntomas de la enfermedad y propone como tratamiento el uso de unos "polvos termífugos" y un "jarabe anti-colérico" de su invención. Para reforzar sus argumentos, incluye una lista de 78 personas curadas con su remedio, de ellas 24 que ya habían recibido "los últimos auxilios espirituales" y cuatro que ya tenían "el ataúd en la casa".
En 1858 sus numerosas quejas acerca de las irregularidades cometidas en el lazareto de la isla de San Simón (donde los buques que llegaban a puerto debían forzosamente pasar una cuarentena) hacen que la Junta Provincial de Sanidad le nombre director del botiquín del lazareto. Ese mismo año de 1858, el 1 de noviembre, fallece, prácticamente arruinado, en buena parte debido a los quebrantos económicos que le causaron sus estancias en prisión.
Eduardo Chao Fernández (1822-1887) |
Pintoresco personaje, y una curiosa historia. Decididamente, quién elaboró la carta-bomba debía tener buenos conocimientos de química, pirotecnia y mecánica, y creo que personas así no debían de abundar en el Santiago de Compostela de aquella época, Chao, algún catedrático de la universidad y poco más.
ResponderEliminarUn abrazo
Sin duda, detrás de aquel artefacto había una mente talentosa y con formación científica. Aunque es cierto que el general Eguía tenía una larga lista de enemigos.
EliminarUn abrazo, Rodericus.
Un buen artículo dedicado a José María Chao, pero creo que como muy bien dice no ha habido pruebas de que fuera el autor de la carta bomba; tampoco hay pruebas de que el explosivo fuera "pólvora, arsénico y fragmentos de vidrio". Según un escrito que dirigió el Capitán General de Extremadura a Eguía, al enterarse del atentado, en nota aparte decía que el explosivo era "oro fulminante" y citaba las "Memorias Instructivas de Suárez, que en su pagina 336 y siguientes cita los efectos devastadores del oro fulminante.Si bien todas las miradas estaban puestas en Chao, por su carácter marcadamente liberal, también han sido acusados falsamente por Domingo Couso vecino de A Fonsagrada, con el fin de cobrar la suculenta recompensa, a varios farmacéuticos incluido "el Sr. Villares de la Coruña", en clara referencia al dueño de la Farmacia Villar. Pero todas estas acusaciones fueron descartadas, el acusador preso y el atentado sin resolver. Este comentario es solo una sipnosis de los hechos. (Fuente: A.R.G. y Expediente Personal de Eguía 1824-1832)
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