Benito Soto Aboal (1805-1830) |
Nacido en el barrio pontevedrés de A Moureira en 1805, en el seno de una familia marinera, la vida de Benito Soto estuvo siempre vinculada al mar. Se hizo a la mar por primera vez muy joven y, cuando alcanzó la mayoría de edad y fue reclamado por la llamada Matrícula de Mar para servir en la Armada real, prefirió escabullirse y buscó acomodo al otro lado del Atlántico, en la marina mercante.
Excelente marino, ambicioso, con un fuerte carácter, no tardó en convertirse en segundo contramaestre del Defensor de Pedro, un bergantín brasileño de siete cañones dedicado al tráfico de esclavos entre la costa occidental africana y Brasil, mandado por el capitán Pedro Mariz de Sousa Sarmento, con una tripulación de portugueses, españoles y franceses. Pero las relaciones con su capitán eran bastante tensas y así, a finales de 1827 o principios de 1828, Soto encabezó un motín que se hizo con el control del buque y se deshizo del capitán y de los marineros que no aceptaron ponerse a sus órdenes (unas fuentes dicen que los abandonó en un bote frente a las costas de Ghana y otras, que directamente los hizo asesinar). El hecho es que Soto, dueño del barco, resolvió dedicarse al mucho más lucrativo negocio de la piratería. Renombró al navío como Burla Negra, enarboló la bandera pirata y se dedicó a asaltar a buques mercantes por todo el Atlántico, especialmente en las inmediaciones del Caribe y el Atlántico Sur. Su segundo al mando era el francés Víctor Saint-Cyr (pariente lejano del general francés Claude Carra Saint-Cyr), que se hacía llamar Víctor Barbazán, y el patrón de presa, el brasileño José dos Santos.
Una de sus primeras víctimas, de las más conocidas y que más contribuyó a extender su fama de pirata sanguinario y sin piedad, fue el mercante británico Morning Star, en ruta de Ceilán a Inglaterra, abordado el 19 de febrero de 1828 cerca del archipiélago de Ascensión. Tras saquear su valiosa carga, Soto ordenó a sus hombres asesinar a los tripulantes británicos que no habían muerto durante el asalto; pero ellos, tras violar a las mujeres que iban a bordo, no se atrevieron a ir más allá y se limitaron a encerrar a los supervivientes bajo cubierta, dejándolos abandonados en un barco averiado y con varias vías de agua como consecuencia de la lucha, esperando que se hundiese. Soto tardó un día en descubrir que sus órdenes no habían sido cumplidas y, enfurecido, ordenó dar media vuelta y volver para rematar el trabajo; pero por más que buscaron, no hallaron rastro del Morning Star, y concluyeron que se había hundido. En realidad, sus tripulantes habían logrado escapar del encierro y mantener el barco a flote el tiempo suficiente para ser rescatados por otro mercante inglés que los avistó. A partir de ese momento, Soto dejó claro a sus hombres que no había que dejar atrás testigo alguno que pudiera incriminarles.
No hay una lista definitiva y fiable de todos los buques capturados y hundidos por Soto, pero se le atribuyen entre otros los apresamientos del mercante norteamericano Topaz (del que sólo se salvó uno de sus 25 tripulantes), el inglés Sunbury, los portugueses Melinda y Cessnock, el también británico New Prospect...
Después de tanta escabechina, tras acumular un buen botín y habiendo asesinado a unos cuantos de sus hombres, a los que veía poco fiables o demasiado respondones, Benito Soto consideró que era el momento adecuado para convertir en dinero contante y sonante las mercancías que habían saqueado a sus presas. Y, buscando aguas conocidas donde se sintiera seguro, se dirigió a las costas gallegas, fondeando en la ría de Pontevedra y comenzando la venta de las mercancías que portaba, con la ayuda de su tío, José Aboal. Pero la presencia del bergantín llamaba la atención y las autoridades comenzaron a hacer preguntas, así que Soto levó anclas y se dirigió al puerto de A Coruña. Allí, con documentación falsa y uno de los tripulantes haciéndose pasar por el capitán, vendió lo que le quedaba, antes de dirigirse al sur de la Península, pensando en vender el barco y retirarse a algún lugar tranquilo y acogedor a disfrutar del dinero conseguido. Pero el destino les jugó una mala pasada: frente a las costas gaditanas, confundieron el faro de la Isla de León con el de Tarifa, y el Burla Negra encalló en una playa cercana a Cádiz. Soto y sus hombres se quedaron en la ciudad, para ver si era posible reflotar el navío, pero la gran cantidad de dinero que manejaban y las "hazañas" de las que presumían en tabernas y burdeles acabaron por llamar la atención de las autoridades, que apresaron a diez de ellos (acabarían como suelen acabar los piratas, ahorcados y hechos cuartos) mientras que el resto huyó como pudo. El capitán Soto pasó a Gibraltar, creyéndose a salvo; pero la suerte que había tenido hasta entonces le dio la espalda, y en la colonia británica fue reconocido por uno de los supervivientes del Morning Star. Apresado de inmediato, fue juzgado, acusado de piratería (en el juicio se le acusó de la captura de diez barcos y del asesinato de 75 personas, aunque sólo reconoció haber matado en persona a dos) y condenado a muerte.
Benito Soto fue ahorcado en Gibraltar el 25 de enero de 1830. Hasta el último momento se mostró tranquilo y resignado a su suerte Incluso mientras el verdugo, que había calculado mal la longitud de la cuerda, hacía los ajustes precisos, Soto esperaba tranquilamente apoyado en su propio ataúd. Se despidió de los presentes con un Adeus todos antes de que el verdugo cumpliera su función. Su cabeza cortada fue clavada en una pica, como advertencia a otros a los que tentara la vida de pirata.
En 1904, unos trabajadores de una almadraba que cavaban una zanja para enterrar despojos de pescado encontraron en la playa gaditana donde había encallado el Burla Negra varias monedas de oro acuñadas en México en el siglo XVIII. La noticia corrió como la pólvora por la ciudad y gentes de todas las edades se acercaron a la playa atraídas por el hallazgo. Cuentan que se hallaron muchas más monedas (se habla de 1500), aunque no hay una certeza absoluta de que procedieran del barco del pirata Soto.
Benito Soto fue uno de los últimos piratas del Atlántico, y la fama que alcanzó en su época fue tal, que muchos lo señalan como una de las fuentes de inspiración de José de Espronceda a la hora de componer el más famoso de sus poemas, la Canción del pirata.
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