Allá por finales del siglo XIV y principios del XV, el ducado de Borgoña trataba de mantener un complicado equilibrio diplomático entre Francia e Inglaterra, potencias ambas enfrentadas en la Guerra de los Cien Años. Aunque teóricamente el ducado era vasallo de Francia, y de hecho desde 1361, tras la muerte sin herederos del duque Felipe I de Rouvres, el gobierno estaba en manos de la casa de Valois, la misma que reinaba en Francia. No obstante, tras la gran victoria de los ingleses en Agincourt (1415), el duque Juan I
consideró prudente mejorar sus relaciones con el rey inglés, Enrique V.
A raiz de estos contactos, el rey inglés invitó en 1422 a Felipe III
el Bueno, hijo y heredero de Juan, a integrarse en la Orden de la Jarretera, la orden de caballería más antigua de Europa, lo que puso a Felipe en un dilema: aceptar tal distinción suponía jurar fidelidad a Enrique, algo que a Felipe no convencía; y tampoco quería molestar a su pariente, el rey de Francia Carlos VII de Valois. Pero tampoco quería desairar a Enrique con una negativa directa. Así que, elegantemente, rehusó el ofrecimiento, excusándose en que tenía la intención de crear su propia orden de caballería, dedicada a la defensa del cristianismo, la lucha contra los otomanos y la recuperación de Jerusalen. Un proyecto que ya había acariciado su abuelo, Felipe II
el Atrevido, y que tomaría el relevo de otra orden ya existente en Borgoña, la de la Pasión.
La Orden no sería creada, sin embargo,hasta años más tarde, con motivo de la celebración del matrimonio de Felipe con la princesa Isabel de Portugal, que tuvo lugar en Brujas el 10 de enero de 1430. Los estatutos de la orden fijaban en 31 el número máximo de caballeros (aunque en un principio sólo 24 fueron nombrados), todos ellos nobles, y ninguno, salvo el Gran Maestre de la orden, podía pertenecer a otra orden de caballería. Todos debían jurar lealtad al duque, y la pertenencia a la orden era vitalicia, si bien podían ser expulsados si eran hallados culpables de delitos graves como herejía, traición, felonía o cobardía.
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Retrato de Felipe III el Bueno (1396-1467) luciendo el collar de la Orden, obra de Rogier van der Weyden |
El símbolo de la orden es un collar de oro, formado por eslabones en forma de B, unidos por pedernales de los que parten llamas y con un toisón o vellocino dorado colgado de su parte anterior. Se eligió el vellocino como símbolo por varios motivos: en homenaje a Brujas (ciudad con una poderosa industria lanar) pero también por ser símbolo de Jerusalén, y como referencia a la leyenda griega de Jasón y el vellocino de oro. Como patrón de la orden, se eligió a san Andrés, asimismo patrón de Borgoña. Cada cierto tiempo, los miembros de la orden se reunían en un capítulo que duraba cuatro días, en el que revisaban el comportamiento de sus miembros, para asegurarse de que hubiesen sido dignos de pertenecer a la orden, y asistían a diversas ceremonias y actos religiosos. El primero de estos encuentros tuvo lugar el 22 de noviembre de 1431 en la ciudad de Lille, y en él se promulgaron los estatutos de la Orden del Toisón.
El cargo de Gran Maestre de la Orden quedó vinculado al de Duque de Borgoña, y como tal, pasó de Felipe a su hijo, Carlos I
el Temerario. Cuando éste murió, en 1477, sin descendencia masculina, el rey de Francia Luis XI se anexionó Borgoña. Sin embargo, María, hija de Carlos, se negó a aceptar la anexión y conservó el título de duquesa de Borgoña, reivindicando sus derechos dinásticos, y se casó con el archiduque de Austria, Maximiliano (futuro emperador Maximiliano I). El ducado (y con él el maestrazgo de la Orden) pasó luego al hijo de Margarita, Felipe el Hermoso, quien a su vez se casaría con Juana, hija de los Reyes Católicos, y acabaría siendo brevemente rey de Castilla. Y a su muerte, el título pasó a su hijo mayor, Carlos, futuro Carlos I, vinculando de este modo el liderazgo de la Orden del Toisón a la corona española.
Carlos I dio nuevos bríos a la Orden. Consiguió una bula del papa León X para elevar el número de miembros a 51 y celebró el 19º capítulo de los miembros de la Orden, que tuvo lugar en 1519, en la catedral de Barcelona. Su hijo, Felipe II, en cambio, puso fin a aquellas reuniones, demasiado engorrosas: por aquel entonces, los miembros de la Orden provenían de toda Europa y debían recorrer cientos o miles de kilómetros para acudir a los encuentros. La última de aquellas asambleas se celebró en la ciudad de Gante, en 1559.
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Archiduque Carlos Franz Joseph Wenzel Balthasar Johann Anton Ignaz de Austria (1685-1740), emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico y rey de Hungría y de Bohemia |
A la muerte en 1700 de Carlos II, el último rey de la Casa de Austria, estalló la Guerra de Sucesión entre los dos aspirantes al trono: el francés Felipe de Anjou y el archiduque Carlos de Austria. Ambos se atribuyeron el título de rey de España, con todos los honores y dignidades que llevaba aparejadas; entre ellas, la de Gran Maestre de la Orden del Toisón. Felipe comenzó a nombrar nuevos miembros ya en 1701, mientras que Carlos no lo hizo hasta 1712, apenas un año antes del final de la guerra. Los tratados posteriores no acabaron de clarificar la situación, lo que provocó el nacimiento de una rama austríaca de la Orden, independiente de la española. Una rama que, además, se quedó con el tesoro y el archivo histórico de la orden original: estaban guardados en Bruselas, que pasó, junto al resto de los Países Bajos españoles, a manos de los Habsburgo merced al Tratado de Utrecht. En 1797 el tesoro fue trasladado a Viena, donde se custodia en el Kunsthistorisches Museum. Esta rama se ha mantenido hasta hoy, con una breve interrupción entre 1922, año de la muerte del ex-emperador austrohúngaro Carlos I, y 1957, en que el gobierno austriaco reconoció la entidad jurídica de la Orden y a Otto de Habsburgo-Lorena, hijo de Carlos y jefe de la casa de Habsburgo, como Gran Maestre. Hoy en día, esta rama austriaca, bajo el liderazgo del hijo de Otto, Carlos de Habsburgo-Lorena, mantiene una cordial relación con la rama española, hasta el punto de que hay personalidades como el rey de Bélgica, Alberto II, o el gran duque Enrique de Luxemburgo, que son miembros de ambas órdenes.
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José I Bonaparte (1768-1844) |
Cuando en 1808, tras las abdicaciones de Bayona, Napoleón nombró rey de España a su hermano José, éste también se proclamó Gran Maestre de la Orden, y concedió varias distinciones. De hecho, al parecer, Napoleón proyectaba unir las ramas española y austriaca de la Orden junto a una tercera, creada por él representando a Francia, el llamado "Toisón josefino", para crear así una nueva Orden que se llamaría Orden de los Tres Toisones de Oro. No obstante, tal proyecto nunca llegó a cristalizar. En 1812, la Regencia concedió el Toisón al Duque de Wellinton, que se convirtió así en el primer protestante en recibir la distinción. Tras el regreso al trono de Fernando VII, éste anuló todos los nombramientos de José I; aunque, curiosamente, no los del propio José y sus hermanos Napoleón y Luis, ya que éstos habían sido hechos miembros de la Orden por Carlos IV en 1805.
Alfonso XIII mantuvo el maestrazgo de la Orden tras su abdicación en 1931 (curiosamente, su último acto como rey fue una entrega de medallas de la Orden) y a su muerte pasó a don Juan de Borbón. Siguiendo la costumbre de que sea el rey quien ostente el cargo, Juan Carlos I asumió el maestrazgo en 1977, al acceder al trono, y en 2014 fue Felipe VI quien a su vez ocupó el liderazgo de la Orden.
Hoy en día poseen el título de miembros de esta orden diecinueve personas (aunque los estatutos permiten hasta sesenta nombramientos), entre ellos los reyes de Suecia, Reino Unido, Dinamarca, Bélgica, Noruega y Tailandia, además del emperador de Japón y el gran duque de Luxemburgo. También son miembros el ex-rey de Grecia Constantino II, la ex-reina Beatriz de Holanda, Simeón de Bulgaria y el ex-presidente francés Nicolás Sarkozy.
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Felipe VI es el actual Gran Maestro de la Orden del Toisón de Oro |
Un detalle peculiar de esta orden es que los collares que distinguen a los miembros son propiedad de la Orden y no de los caballeros que lo lucen: a su muerte, el collar debe ser devuelto por su familia, aunque a ésta se le concede una pequeña insignia como recordatorio de la pertenencia del difunto a la Orden. Aunque no todos los collares han vuelto; el entregado al emperador Akihito fue robado durante una escala del avión que lo llevaba en Moscú, en el año 1994, y nunca fue recuperado.
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