Michael Malloy era un irlandés del condado de Donegal que, como tantos otros de sus compatriotas, cruzó el Atlántico rumbo a los EEUU en busca de fortuna a finales del siglo XIX. Durante algún tiempo no le fue mal y trabajó como bombero en Nueva York, hasta que su adicción al alcohol le convirtió en un vagabundo que se pasaba la mayor parte del tiempo borracho, sobreviviendo gracias a trabajos esporádicos como conserje, barrendero o pulidor de ataúdes. Fue a principios de 1933 cuando su camino se cruzó con el de cinco sujetos muy poco recomendables a los que más tarde se los llamaría "el consorcio del crimen". Se trataba de Anthony Marino, propietario de un speakeasy (uno de aquellos bares ilegales que florecieron durante el periodo de la Ley Seca) en el 3804 de la Tercera Avenida, en el barrio del Bronx; su barman, Joseph "Red" Murphy; Francis Pasqua, enterrador; Daniel Kriesberg (frutero) y Hershey Green (taxista). Codiciosos y sin escrúpulos, buscaban el modo de ganar dinero rápido y sin esfuerzo, y se les ocurrió asesinar a la novia de Marino, Betty Carlsen, para cobrar su seguro de vida. La emborracharon hasta que perdió el conocimiento, la llevaron a su cuarto, la desnudaron, le arrojaron agua helada por encima y la dejaron allí con las ventanas abiertas, en una noche con temperaturas bajo cero. A la mañana siguiente, Betty había muerto y un forense dictaminó como causa de la muerte "neumonía asociada al alcoholismo". Marino, beneficiario de la póliza, cobró 800 $. Tan sencillo les pareció que se decidieron a repetir la jugada, y esta vez eligieron a Malloy como la víctima propicia.
La entrada del speakeasy regentado por Marino |
Pero en materia de bebercio no es bueno subestimar a un irlandés. Día tras día, Malloy aparecía sin falta en el bar de Marino, bebía grandes cantidades de alcohol, se marchaba tambaleándose y volvía invariablemente al día siguiente para seguir bebiendo. A los conspiradores empezó a preocuparles su resistencia, especialmente a Marino, que veía cómo se disparaba la factura del licor que Malloy trasegaba. Por eso Murphy sugirió añadir anticongelante a la bebida del borracho para darle un "empujoncito". Tras varios tragos de la mezcla, Malloy se desmayó y Pasqua, el enterrador, le tomó el pulso y anunció con satisfacción que era tan débil que seguramente estaría muerto por la mañana. Pero tras estar tres horas inconsciente, Malloy se despertó, se disculpó ante los presentes por su "indisposición"... y pidió otra copa. Los días siguientes añadieron más anticongelante a sus bebidas, sin que el confiado irlandés pareciera notarlo. Del anticongelante pasaron a la trementina, el linimento para caballos e incluso el raticida. Pero el invencible Malloy seguía apareciendo día tras día en el local en busca de más bebida.
Entonces cambiaron de estrategia. Si la bebida no le derrotaba, quizá la comida pudiera hacerlo. Le invitaron a un sabroso plato de ostras empapadas en metanol, pero no parecieron hacerle efecto. Marino, harto, le preparó un plato especial: un bocadillo de sardinas en mal estado, mezcladas con raticida, anticongelante e incluso pequeños clavos y fragmentos de metal, con la idea de que si no moría envenenado, sufriese una hemorragia estomacal. Pero Malloy no sólo no enfermó, sino que pareció gustarle aquel contundente refrigerio.
De nuevo cambiaron de proceder y trataron de aprovechar las gélidas temperaturas del invierno neoyorquino. Tras lograr que Malloy bebiera hasta perder el conocimiento, lo llevaron hasta Claremont Park, lo arrojaron sobre la nieve, lo desnudaron de cintura para arriba y vertieron agua sobre su pecho desnudo (repitiendo lo que habían hecho con Betty Carlsen). Y luego, lo abandonaron a la intemperie, con temperaturas de casi -30º centigrados, convencidos de que por fin habían logrado su objetivo. Su cara debió de ser todo un poema cuando, la noche siguiente, vieron a Malloy cruzando la puerta del bar como era su rutina, dispuesto a seguir bebiendo. No parecía tener ninguna secuela e incluso iba mejor vestido que de costumbre. Al parecer, una patrulla de policía lo había encontrado a tiempo y lo había llevado a un albergue, donde había pasado la noche y le habían dado ropa nueva.
De izquierda a derecha, Tony Marino, Daniel Kriesberg, Frank Pasqua y Joseph Murphy |
Seguros de haberse librado esta vez si del borracho, se dispusieron a esperar que la muerte de Malloy se hiciese pública para reclamar su dinero. Pero los días pasaron y no había noticias. Ningún periódico publicó la noticia de su muerte ni ningún hospital ni depósito de cadáveres había oído hablar de él.
Eso era un problema serio; sin cadáver no había manera de cobrar las pólizas. Por eso trataron de obtener uno y de nuevo, emborracharon y atropellaron a un vagabundo, un tal Joe Murray, al que colocaron documentos a nombre de Malloy para hacerlo pasar por él. Pero se ve que el apellido Malloy otorga poderes sobrehumanos al que lo luce, aun sin ser el suyo, porque Murray sobrevivió al atropello, aunque quedó tan mal parado que pasó varios meses en el hospital.
Y cuando se cumplían tres semanas del atropello de Malloy, los confabulados vieron con espanto cómo el irlandés, tranquilamente, entraba en el bar como de costumbre. Su aspecto era peor de lo habitual, estaba más débil y con las marcas del atropello... y también estaba sediento. Al parecer, el atropello se había saldado con una fractura de cráneo, una conmoción cerebral y un hombro roto. Estaba en tan mal estado que ni siquiera había podido darle su nombre a los médicos que le atendían, de ahí que nadie supiese quién era. Pero después de tres semanas, ya estaba lo suficientemente recuperado como para volver a su rutina alcohólica de siempre.
Era más de lo que podían soportar. Siguiendo los consejos de Bastone, esperaron a que Malloy volviera a perder la consciencia por el alcohol, lo llevaron a la habitación donde dormía Murphy y allí lo asfixiaron colocándole en la boca una manguera conectada al gas. De esta vez, por fin, lograron acabar con el tozudo borrachín. Pagaron a un médico para que certificase que la muerte de Malloy había sido a causa de una neumonía y lograron al fin el éxito de su plan. O al menos eso creían; la maldición de Malloy los persiguió más allá de la tumba.
La habitación donde fue asesinado Michael Malloy |
Interesante historia
ResponderEliminarLastima que no sobrevivió
Malloly