Verba volant, scripta manent

domingo, 9 de febrero de 2020

Los crímenes de Hinterkaifeck

Hinterkaifeck

Hinterkaifeck era el nombre por el que era conocida una granja construida en torno a 1863 y situada en el estado alemán de Baviera, a unos 70 kilómetros al norte de Munich. No era su nombre oficial, sino el que usaban los lugareños para referirse a ella, fruto de unir el prefijo Hinter- (detrás) y el nombre de la población más cercana, la aldea de Kaifeck (si bien la granja no pertenecía a dicha aldea, sino a otra población cercana, Gröbern). Pese a su apariencia de tranquilidad, aquella granja sería el escenario de uno de los crímenes más horrendos de la historia criminal europea del siglo pasado, conocido como los asesinatos o la masacre de Hinterkaifeck.

A finales de marzo de 1922 vivían en la granja seis personas. El propietario de la granja, Andreas Gruber, de 63 años; su esposa Cäzilia (72); su hija Viktoria Gabriel, viuda, (35); los hijos de Viktoria, Cäzilia (7) y Josef (2); y la criada Maria Baumgartner (44). Andreas no era demasiado apreciado por sus vecinos, que lo consideraban una persona hosca y malhumorada, del que se decía que maltrataba  a su esposa y del que, además, era vox populi la relación incestuosa que mantenía con su hija Viktoria, que les había llevado incluso a ambos a ser condenados a penas de cárcel por un tribunal en 1917, después de que una criada los hubiera sorprendido manteniendo relaciones sexuales en el granero. Es más, algunos atribuían a Andreas la paternidad de su nieto Josef, por más que en la partida de nacimiento del pequeño figurase como padre Lorenz Schlittenbauer, un viudo vecino de los Gruber que había sido pretendiente de Viktoria.

El lugar que ocupaba Hinterkaifeck, en la actualidad
Por aquellas fechas la familia Gruber estaba inquieta por los extraños sucesos que se sucedían en la granja. Primero, la anterior criada, llamada Kreszenz Rieger, se había despedido unos meses antes, porque creía que la granja estaba embrujada, ya que afirmaba haber escuchado ruidos y voces extrañas en la casa y sus alrededores. Más tarde, unos días antes de la fecha del crimen, Andreas Gruber había comentado a algunos vecinos haber hallado unas huellas extrañas en la nieve de alguien que parecía haber salido del bosque cercano a la granja. Las huellas llegaban hasta la puerta principal de la granja y se detenían bruscamente, sin señales de que su autor hubiese entrado o hubiese vuelto sobre sus pasos. A partir de ese día se sucedieron los incidentes misteriosos en la granja: ruidos inexplicables en el ático (aunque cuando Andreas lo registró no halló nada sospechoso), un juego de llaves de la casa desaparecido, un periódico antiguo encontrado en el porche y que no pertenecía a nadie de la familia, marcas en la cerradura de la habitación donde Andreas guardaba sus herramientas que parecían hechas por alguien que hubiese tratado de forzarla...

La nueva criada, Maria Baumgartner, llegó a la granja el viernes 31 de marzo de 1922. La acompañaba su hermana, que se marchó poco después. Fue ella la última en ver con vida a los habitantes de la granja. Los vecinos de los Gruber se extrañaron al no ver a ninguno de ellos en todo el fin de semana. La pequeña Cäzilia faltó a la escuela el sábado, y volvió a ausentarse el lunes. Nadie de la familia acudió a la iglesia el domingo, algo sumamente raro, sobre todo en el caso de Viktoria, que formaba parte del coro. El lunes, el cartero se sorprendió al ver que la correspondencia del sábado seguía en el buzón. El martes 4, por la mañana, un mecánico llamado Albert Hofner acudió a la granja para reparar una máquina; estuvo más de cinco horas allí y no vio a nadie, ni escuchó ruido alguno aparte de los sonidos de los animales de la granja, y los ladridos del perro, encerrado en el granero. Después de que Hofner comentara a varias personas su extrañeza por el aparente abandono de Hinterkaifeck, tres vecinos se presentaron en la granja esa misma tarde para ver si había pasado algo. Cuando entraron en el granero, dieron con un horrendo espectáculo: los cuerpos de Andreas Gruber, su esposa Cäzilia, su hija Viktoria y su nieta Cäzilia, semiocultos bajo un montón de heno y una puerta vieja. En la casa se encontraron más tarde los cuerpos del pequeño Josef y la criada Maria, asesinados en sus camas.

De inmediato se desplazó a la zona un equipo de detectives del Departamento de policía de Munich, a las órdenes del inspector Georg Reingruber, para investigar el caso. Lamentablemente, cuando ellos llegaron al lugar les fue muy difícil encontrar indicios en la granja y sus alrededores, dada la gran cantidad de curiosos que habían pasado por allí. La autopsia de las víctimas reveló que todos habían muerto de la misma manera: golpeados violentamente en la cabeza con algún tipo de herramienta puntiaguda, que podía haber sido un pico o una alcotana. En un primer momento se creyó que el móvil del crimen había sido el robo; idea que se descartó cuando se halló en la granja una cantidad importante de dinero y varias joyas que el autor de la masacre no había tocado.


Interrogando a los vecinos, además, salió a la luz otro de los detalles sorprendentes del caso. Dado que nadie había visto a los habitantes de la granja después del día 31 y que varias de las víctimas llevaban ropa de cama, se dedujo que los asesinatos se habían cometido el día 31 por la noche; el autor de alguna manera había atraído una a una a sus víctimas al granero, para luego acabar en la casa con la criada y el pequeño Josef, cuyos cuerpos también habían aparecido cubiertos (el de la criada, con las sábanas de su cama, y el del niño, con una falda de su madre). Todos parecían haber muerto en el acto, salvo la pequeña Cäzilia, que aparentemente había sobrevivido algunas horas antes de morir. Pero varios vecinos, al ser interrogados, declararon haber visto luces en la granja y humo saliendo de la chimenea durante el fin de semana. Un hombre llamado Michael Plöckl había pasado junto a la granja la noche del sábado, y se había cruzado con un hombre que parecía venir de la granja, pero no cruzó ninguna palabra con él ni pudo ver su cara, ya que llevaba un farol con el que le había deslumbrado. Y el mecánico Hofner (al que no se sabe bien por qué, no se le tomó declaración hasta 1925) afirmó que cuando se fue de la granja la puerta del granero donde se hallaron los cuerpos estaba abierta y el perro atado fuera, mientras que los vecinos que descubrieron la masacre habían hallado la puerta cerrada y al perro en el interior del granero. Aparentemente, el asesino había permanecido varios días en la granja, se había preparado comida en la cocina, había dormido en una de las camas e incluso había dado de comer a los animales y ordeñado a las vacas. Y, por la declaración de Hofner, había permanecido en la granja hasta poco antes de que los crímenes fueran descubiertos.

Las investigaciones de Reingruber y sus agentes no llegaron a descubrir al culpable. Se interrogó a más de un centenar de personas, unos como testigos y otros como sospechosos, pero no se llegó a presentar cargos contra ninguno. Los cráneos de las víctimas fueron enviados a Munich para ser examinados (se dijo que la policía recurrió incluso a videntes en busca de pistas), y nunca regresarían; las víctimas fueron enterradas en el cementerio de Waidhofen el sábado 8 de abril, mientras que sus cráneos, tras ser analizados, permanecieron guardados en un juzgado de Augsburgo y se perderían durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. La granja de Hinterkaifeck fue demolida en 1923.

Lorenz Schlittenbauer (1874-1941)
El primer sospechoso que consideraron los agentes del caso fue Lorenz Schlittenbauer, el antiguo pretendiente de Viktoria y supuesto padre del pequeño Josef (aunque el propio Lorenz cambió en varias ocasiones su versión sobre esto, unas veces admitiendo la paternidad del niño y otras negándola). Era bien conocida su animadversión hacia Andreas Gruber pero, como él mismo se encargó de señalar, no tenía ningún motivo para cometer el crimen. Algunos comportamientos extraños despertaron las sospechas de la gente de la zona; había sido uno de los tres hombres que habían descubierto los cuerpos, y sus acompañantes contaron que había movido los cadáveres, que el perro de los Gruber se mostró especialmente agresivo hacia él, y que entró solo en la casa tras abrir la puerta principal con una llave. Durante años se rumoreó que conocía detalles muy concretos de los crímenes y que había sido visto varias veces visitando los restos de la granja demolida. No obstante, hasta su muerte (en 1941) Lorenz Schlittenbauer llevó a los tribunales (siempre de manera exitosa) a varias personas que se habían referido a él como "el asesino de Hinterkaifeck".

Otro nombre que se barajó como el posible asesino fue el de Karl Gabriel, el marido de Viktoria. Karl había sido dado por muerto durante la guerra de trincheras de la Primera Guerra Mundial, cerca de la ciudad francesa de Arras, en diciembre de 1914, pero su cuerpo nunca se había identificado. En los pueblos cercanos a la granja empezó a correr el rumor de que quizá Gabriel no estaba realmente muerto; habría decidido regresar con su esposa tras varios años de ausencia, y al regresar y descubrir las relaciones de Viktoria con su padre y con otros hombres como Schlittenbauer, había sido presa de la ira y asesinado a su familia en un arrebato. Aunque Reingruber no creía en esta teoría, llegó a interrogar a varios ex-compañeros de armas de Gabriel, los cuales confirmaron haberle visto morir en combate.

A lo largo de la investigación surgieron otros nombres de sospechosos, como el de los hermanos Thaler (dos pequeños delincuentes de la zona); Joseph Bärtl, apodado "el panadero loco", natural de un pueblo cercano, que había huido en 1921 del hospital psiquiátrico en el que estaba recluido, y del que no volvió a saberse; los hermanos Anton y Karl Bichler y Georg Siegl (que habían trabajado como peones eventuales en la granja); o incluso la sospecha de que había sido un crimen vinculado a grupos políticos extremistas (aunque a Andreas Gruber no se le conocía adscripción política alguna). En el informe del caso también se incluyó el testimonio de un hombre llamado Joseph Betz, el cual afirmó que durante el invierno de 1919-20 había trabajado como peón en una granja donde había compartido cuarto con otro peón que se hacía llamar Peter Weber. El tal Weber le habló en varias ocasiones de Hinterkaifeck, un lugar que parecía conocer muy bien, hablándole incluso de la relación entre Andreas y su hija. Según Betz, Weber le había dicho que en la casa solía haber una gran suma de dinero, y le propuso ser su cómplice para asaltar la granja, asesinar a Gruber y robar el dinero de la familia. Al no estar Betz interesado, Weber no volvió a hablarle de ello. Por eso, cuando Betz supo de los asesinatos, sospechó que al final Weber había llevado a cabo su plan.

El caso de los crímenes de Hinterkaifeck se cerró oficialmente en 1955, tras tres décadas de investigaciones sin resultados concluyentes, aunque de vez en cuando se seguían añadiendo nuevos indicios o testimonios (el último interrogatorio relativo al caso se produjo en 1986). En 2007 los alumnos de la Academia de Policía de Fürstenfeldbruck revisaron el caso utilizando las técnicas modernas de investigación criminal. Su conclusión es que, dado el tiempo transcurrido, la ausencia de pruebas y la muerte de sospechosos y testigos, el caso es virtualmente imposible de resolver. No obstante, su investigación si señaló a uno de los sospechosos como el principal candidato, pero su nombre no se hizo público por respeto a sus familiares aún vivos.


Una última teoría sobre Hinterkaifeck fue expuesta hace relativamente poco. En 2017 se publicó el libro The Man from the Train (El hombre del tren), obra de un escritor especializado en historia del béisbol llamado Bill James y su hija, Rachel McCarthy James. En el libro, los James reconstruyen minuciosamente y con abundante documentación una serie de crímenes ocurridos en Estados Unidos y Canadá entre 1898 y 1912. Aunque en su época aquellos crímenes fueron investigados como casos aislados, Bill James y su hija afirman que en realidad fueron cometidos por una sola persona, un asesino en serie al que identifican con Paul Mueller, un inmigrante alemán sospechoso en uno de los casos, y que trabajaba como leñador itinerante, al que atribuyen entre 59 y 94 víctimas. Todos los crímenes presentan numerosos rasgos comunes entre ellos y, sorprendentemente, también con los crímenes de Hinterkaifeck: familias enteras asesinadas en granjas aisladas, muertos a golpes con una herramienta, los cuerpos movidos tras el asesinato y cubiertos con ropas o mantas, la ausencia de robo, las sospechas de que el asesino podía haber pasado algún tiempo escondido en las granjas o sus cercanías antes de cometer los crímenes, y la presencia entre las víctimas de niñas preadolescentes (la atracción sexual hacia ellas se apuntaba como el móvil de los crímenes). Los James hacen referencia expresa a Hinterkaifeck en su libro, especulando con que quizá también hubieran sido obra de Mueller, dados los paralelismos con los crímenes en Norteamérica. Mueller desapareció sin dejar rastro después de que la policía y la prensa notaran las similitudes entre sus tres últimos crímenes, dos de ellos en Colorado Springs (Colorado) y otro en Kansas, y los James especulan con que quizá, al sentirse en peligro de ser descubierto, pudo haber regresado a su Alemania natal y allí volver, al menos en una ocasión, a dar rienda suelta a sus instintos criminales.

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