Verba volant, scripta manent

domingo, 2 de agosto de 2020

La princesa Caraboo

"Princess Caraboo", óleo de Edward Bird (1817)


El día 3 de abril de 1817, Jueves Santo, un zapatero de la localidad inglesa de Aldmonsbury, en el condado inglés de Gloucestershire, encontraba a una extraña joven aparentemente desorientada, vestida con ropajes exóticos y que hablaba un lenguaje desconocido. Sin saber muy bien qué hacer, por sugerencia de su esposa la llevó a presencia del Overseer of the poor, un funcionario público cuya labor era velar por el bienestar de los más necesitados. Él tampoco supo qué hacer con la joven. No parecía una vagabunda; iba bien vestida (llevaba un vestido negro con un volante de muselina, un chal rojo y negro sobre los hombros y otro chal enrollado en la cabeza a modo de turbante), era atractiva y tenía las manos suaves y bien cuidadas. Pero las Guerras Napoleónicas aún estaban recientes, y los ingleses veían con cierta desconfianza a los extranjeros. Así que el funcionario decidió librarse del problema de la misma manera que el zapatero; endilgándoselo a alguien de más autoridad que él. En su caso, al magistrado local, Samuel Worrall. Comenzaba así la historia de una sorprendente impostura.

Ni Worrall, ni su esposa Elizabeth, norteamericana de nacimiento, ni uno de sus criados, de origen griego, pudieron entender nada de lo que decía ni averiguar nada acerca de ella aparte de que se llamaba a si misma Caraboo y que estaba muy interesada en la decoración de inspiración china de la casa de los Worrall. La enviaron a una posada local a pasar la noche, y ella insistió en dormir en el suelo. Además, identificó en una lámina una piña, un fruto entonces exótico y poco corriente, llamándola "nanas", lo que hizo a algunos suponer que, aunque sus rasgos no eran foráneos, podía proceder de algún lugar remoto. Al final, el magistrado concluyó que era una mendiga y la envió a Bristol para ser juzgada por vagancia, encerrándola en el St. Peter's Hospital, un refugio para personas desamparadas y sin recursos. Allí tampoco sabían qué hacer con ella, y acabaron devolviéndola a casa de los Worrall.

"Princess Caraboo of Javasu" (Thomas Barker, 1817)
Para entonces la historia de la atractiva y desconocida joven se había extendido y muchos curiosos acudían a verla, intentando comprender lo que decía. Y entre ellos apareció un marinero portugués que decía llamarse Manuel Eynesso, que conocía el idioma que hablaba la joven y se ofrecía como traductor. Y la historia que contó la desconocida a través de su intérprete fascinó a casi todo el mundo. Caraboo afirmaba ser una princesa procedente de un país llamado Javasu, una isla en algún punto no determinado del Océano Índico. Había sido secuestrada por unos piratas que la llevaron lejos de su hogar, pero cuando el barco que la llevaba se aproximaba a las costas inglesas, ella había logrado escapar de la vigilancia de sus captores y saltar a las aguas del Canal de Bristol, llegando a tierra a nado.

Loa actitud de los Worrall cambió a partir de entonces. Obviamente, no es lo mismo tener como huésped a una vagabunda extranjera que a un miembro de la realeza; de un país lejano y desconocido, si, pero realeza al fin y al cabo. Y la princesa Caraboo se convirtió en la sensación de aquella localidad de provincias. Decenas de personas, de toda condición y clase social, acudían regularmente a verla, algunas habiendo recorrido largas distancias para poder verla. Caraboo seguía manteniendo sus excéntricas costumbres: seguía vistiéndose al estilo oriental, practicaba esgrima y tiro con arco, solo se alimentaba de vegetales, se subía al tejado de la casa de los Worrall, se bañaba desnuda en un lago y rezaba a un dios al que ella llamaba "Allah Tallah". Un médico llamado Wilkinson avaló su historia cuando, tras estudiar las escrituras en lenguaje javasu de la princesa, afirmó, basándose en la Pantographia de Edmund Fry (una exhaustiva recopilación de más de 200 tipos de alfabetos conocidos), que era originario del Índico, y que las cicatrices que la joven tenía en la parte posterior de su cabeza eran sin duda obra de cirujanos orientales. No obstante, los mismos escritos fueron enviados a un grupo de expertos de la Universidad de Oxford, que concluyeron que no eran ningún tipo de escritura sino simples pictogramas sin sentido, pero nadie les hizo demasiado caso... La prensa de todo el país se hizo eco de su historia y publicó incluso varios retratos de la joven, vestida a su exótica manera.

El "idioma" javasu
Y así, durante diez semanas, Caraboo fue una auténtica celebridad. Incluso se celebró un baile en su honor en la ciudad de Bath, al que asistió lo más selecto de la alta sociedad de la región, y en el que ella deleitó a los presentes con una danza exótica de su tierra. Hasta que una tal señora Neale se puso en contacto con los Worrall para advertirles que la joven no era quien decía ser. La señora Neale, dueña de una posada en Bristol, había visto el retrato de la supuesta princesa en el Bristol Journal y había reconocido sin lugar a dudas a una antigua huésped de su establecimiento. La princesa Caraboo se llamaba en realidad Mary Willcocks y era una criada, hija de un zapatero de Witheridge, que había trabajado en diversas localidades del sur de Inglaterra. Según contarían sus padres más adelante, la joven Mary había sufrido unas fiebres siendo niña y como consecuencia le había quedado una cierta inestabilidad mental. Con 15 años comenzó a trabajar como criada para una familia judía, donde había aprendido algo de hebreo, que se supone era la base del "idioma" javasu, con el añadido de palabras romaníes (Mary tenía amigos entre los gitanos, e incluso había viajado durante algún tiempo con ellos) y otras inventadas. Había estado brevemente casada con un hombre que la abandonó y con el que tuvo un hijo al que se vio obligada a dejar en un orfanato por no poder mantenerlo, y las marcas en su cabeza eran en realidad debidas a un tratamiento de ventosaterapia que había recibido en un hospital de caridad en Londres. La señora Neale recordaba como mientras fue su huésped entretenía a su hija pequeña colocándose una tela a modo de turbante y hablando un idioma inventado.

Viéndose desenmascarada, la falsa princesa confesó todo el engaño, admitiendo que solo buscaba conseguir algo de dinero para poder emigrar a Estados Unidos y empezar una nueva vida. Nunca quiso confesar quién era en realidad el supuesto marino portugués que había actuado como intérprete suyo. Los Worrall, mortificados por haber sido engañados de esa manera, decidieron que lo mejor era librarse discretamente de la chica y esperar a que la gente olvidara el asunto; y así, el 28 de junio de 1817 Mary Willcocks embarcaba en un buque con destino a Philadelphia. Allí protagonizaría un espectáculo teatral sobre la princesa Caraboo, con escaso éxito, y permanecería siete años, antes de regresar a Inglaterra en 1824. En Londres volvería a interpretar a Caraboo, exhibiéndose en una galería de New Bond Street, sin demasiada fortuna, y posteriormente trataría de hacer lo mismo en Francia y España.


En septiembre de 1828 la encontramos viviendo en Bedminster bajo el nombre de Mary Burgess. Allí se casó con un comerciante llamado Robert Baker, con el que tendría una hija llamada Mary Ann. En 1839 se ganaba la vida vendiendo sanguijuelas para las sangrías (un negocio bastante lucrativo en la época) a médicos y clínicas como el Bristol Infirmary Hospital. Murió el día de Nochebuena de 1864, a los 73 años de edad, a causa de una caída accidental, y fue enterrada en el cementerio de Hebron Road. Su hija heredaría de ella su negocio, y quizá algo más; murió en febrero de 1900 en un incendio en su casa, donde vivía sola y rodeada de docenas de gatos.

4 comentarios:

  1. Curiosa historia. Gracias por compartir.

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    1. Gracias a vosotros por tomaros la molestia de leer mi blog.

      Saludos.

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  2. Muchas gracias Iakob por compartir tus investigaciones. Muy generoso de tu parte. Jorge. Córdoba. Argentina

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    1. Son solo algunas historias curiosas que me gusta compartir. Me alegra ver que hay gente a la que os gustan.

      Saludos, Jorge.

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