Panteón de Agripa
El templo sobrevivió a la caída de Roma y ha llegado a nuestros días prácticamente intacto. No así los bronces de su entrada, que, tras permanecer en su lugar milenio y medio y resistir las invasiones bárbaras y los avatares de la turbulenta Edad Media en la capital italiana, en el siglo XVII fueron desmontados y fundidos por orden del papa Urbano VIII, quien empleó el bronce para fabricar un centenar de cañones para la fortaleza del Castel Sant'Angelo, así como el badalquino obra del escultor Gian Lorenzo Bernini que preside el altar papal de la Basílica de San Pedro de Roma.
El pueblo de Roma quedó espantado ante la atrocidad cometida por el Papa, destruyendo de tal manera una de las más maravillosas obras de arte de la ciudad. Ante éste y otros desmanes similares del Papa y de sus parientes con otras obras maestras de la antigüedad, no tardó en salir a relucir el proverbial ingenio romano y, como Urbano VIII era miembro de la poderosa familia florentina de los Barberini, no tardó en hacerse popular un dicho o chascarrillo por toda la ciudad: Quod barbari non fecerunt, Barberini fecerunt. Lo que no hicieron los bárbaros... lo hicieron los Barberini.
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