Verba volant, scripta manent

sábado, 29 de abril de 2017

El Napoleón Bonaparte que murió a manos de los zulúes

El Príncipe Imperial Napoleón Eugène Louis Jean Joseph Bonaparte (1856-1879)

Del matrimonio entre el emperador francés Napoleón III y la aristócrata española Eugenia de Montijo nació un único descendiente: el Príncipe Imperial Napoleón Eugenio Luis Juan José Bonaparte, nacido el 16 de marzo de 1856 y bautizado en la Catedral de Notre Dame, siendo sus padrinos el papa Pío IX y la reina Victoria de Inglaterra.
Educado bajo la supervisión del general Charles Frossard, el joven Loulou, como era llamado en su círculo familiar, acompañó a su padre en las primeras acciones de la guerra franco-prusiana (1870-71). Pero cuando el conflicto tomó un rumbo desfavorable para los intereses franceses Napoleón III envió a su hijo a refugiarse cerca de la frontera belga. Cuando el emperador fue derrotado en la batalla de Sedán (septiembre de 1870) y cayó prisionero, el joven príncipe cruzó la frontera y de allí pasó a Inglaterra, donde se reuniría con sus padres en marzo de 1871, después de que su padre hubiera sido desposeído del poder por la Asamblea Nacional.
El príncipe Napoleón continuó con sus estudios en Inglaterra. Con 16 años fue admitido en la Real Academia Militar de Woolwich y, a la muerte de su padre en enero de 1873, fue aclamado como candidato al trono francés por los bonapartistas, con el nombre de Napoleón IV. Se graduó en la Academia entre los primeros de su promoción y posteriormente se incorporó al cuerpo de artillería, siguiendo los pasos de su ilustre tío abuelo, el primer Napoleón, que también había comenzado su carrera militar como artillero.
El joven príncipe muy pronto despertó grandes esperanzas entre los bonapartistas con vistas a una futura restauración de la monarquía en Francia: inteligente, muy capaz, simpático y con don de gentes y, a diferencia de su padre (notorio mujeriego) con una moral intachable y una vida privada libre de escándalos, habría resultado un extraordinario candidato al trono.
Y entonces llegó 1879, y estalló en África del Sur la guerra anglo-zulú. El joven príncipe, que por entonces tenía el rango de teniente, quiso tomar parte en el conflicto, pese a las reticencias de destacados miembros del partido bonapartista, así como de los mandos militares británicos. A pesar de estas objeciones, el impetuoso príncipe siguió insistiendo y al final, gracias a la intermediación de su madre y de la misma reina Victoria, logró que su petición fuera aceptada, aunque, como precaución, en lugar de ser destinado a una unidad de combate fue asignado al servicio de Frederic Thesiger, barón de Chelmsford y comandante de las tropas británicas en Sudáfrica. Consigo llevó la espada que había pertenecido al emperador Napoleón I.

El príncipe Napoleón en Sudáfrica con el uniforme británico (1879)
Tras acompañar a Chelmsford durante algún tiempo, y en vista de los grandes deseos del joven de participar de manera más activa en los combates (pese a los consejos y advertencias de amigos cercanos, que le recomendaban no exponerse a riesgos innecesarios), el comandante inglés lo puso a las órdenes del coronel Richard Harrison, del cuerpo de Ingenieros Reales, encargado de labores de logística y reconocimiento, creyendo que así el joven príncipe estaría activo pero a salvo. En su nuevo destino Bonaparte participó en varias misiones de reconocimiento (siempre acompañado de varios hombres de confianza que velasen por su seguridad), e incluso se ganó alguna reprimenda por haberse aventurado más de la cuenta. Sin embargo, Harrison le encomendó una nueva misión la tarde del 31 de mayo de 1879: formar parte de una patrulla de reconocimiento a la mañana siguiente en una zona teóricamente libre de enemigos y, por lo tanto, segura.
La partida, formada por nueve hombres, incluidos el príncipe y el teniente Jahleel Carey, acompañante habitual suyo, partió muy temprano la mañana del día 1 de junio. Las prisas del joven Napoleón hicieron que la partida fuese más reducida de lo que estaba previsto. Tras abandonar el campamento británico, el príncipe asumió el mando de la patrulla, a pesar de que, por antigüedad, debería haberle correspondido a Carey. Por la tarde, a eso de las tres, el grupo hizo un alto para descansar en un kraal (asentamiento) abandonado. Cuando estaban a punto de irse, un grupo de unos 40 guerreros zulúes cayó sobre ellos de improviso. Los británicos emprendieron una huida apresurada pero el caballo de Bonaparte se asustó antes de que pudiera montar y, tras arrastrarlo algunos metros, huyó. El príncipe trató de escapar corriendo, pero fue alcanzado. Herido varias veces, trató de defenderse con una lanza que se había arrancado del muslo con sus propias manos, pero estaba en clara inferioridad y cayó víctima de las assegai zulúes. Otros dos soldados murieron en el enfrentamiento y un tercero fue dado por desaparecido. Los demás, con Carey al frente, lograron regresar a su campamento.
El cuerpo del infortunado príncipe fue recuperado al día siguiente. Mostraba dieciocho heridas de lanza, estaba desnudo y los zulúes lo habían abierto en canal (una costumbre habitual entre ellos, que creían que así se liberaba el espíritu del muerto), pero no lo habían mutilado, como muestra de respeto por su valor. Tiempo después los zulúes dijeron que si hubieran sabido que se trataba de alguien tan importante no lo habrían matado. Su cuerpo regresó a Inglaterra a bordo del buque de transporte de tropas HMS Orontes y recibió sepultura en Chislehurst; la mismísima reina Victoria participó en la procesión fúnebre. En 1888 Eugenia de Montijo (quien en 1880 había viajado a Sudáfrica para visitar el lugar donde había perecido su hijo) trasladó sus restos a un mausoleo que había hecho construir en la abadía de Saint Michael, en Farnborough (Hampshire), donde fueron sepultados junto a los de su padre.
El teniente Carey fue sometido a un consejo de guerra acusado de "mal comportamiento frente al enemigo", y aunque fue declarado no culpable y luego ascendido a capitán, nunca logró librarse del estigma de la muerte del príncipe Napoleón, y falleció pocos años después en Bombay.

María del Pilar Berenguela Isabel Francisca de Asís Cristina Sebastiana Gabriela Francisca Caracciolo Saturnina de Borbón y Borbón (1861-1879)
Napoleón Luis Bonaparte murió soltero y sin descendencia, aunque antes de partir hacia África había designado como heredero de sus derechos dinásticos a su primo segundo Napoleón Víctor Bonaparte (1862-1926), nieto de Jerónimo Bonaparte, que recibiría el nombre de Napoleón V. Durante algún tiempo hubo rumores sobre la existencia de un supuesto compromiso entre el príncipe y la princesa Beatriz, la hija menor de la reina Victoria, en el caso de que se produjera una restauración monárquica en Francia y el joven alcanzara el trono. De este modo, emparentando ambas casas reales, los dos países dejarían atrás siglos de enfrentamientos y pasarían a ser aliados. Finalmente, Beatriz se acabaría casando con el príncipe alemán Enrique de Battenberg, y ambos serían padres de Victoria Eugenia de Battenberg, esposa de Alfonso XIII. También se dijo que estaba enamorado de la infanta María del Pilar, hija de Isabel II de España, un amor que era correspondido, y que las madres de ambos jóvenes se mostraban favorables al enlace. La prematura muerte de ambos (la infanta falleció apenas dos meses después que el príncipe, a causa de una meningitis tuberculosa) dio al traste con el compromiso.

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