Paz de las Germanías (Marcelino Unceta) |
La revuelta social conocida como las Germanías (del valenciano germá, hermano), que afectó al reino de Valencia y, en menor medida, al de Mallorca, comienza en 1519 (casi al mismo tiempo que otra célebre rebelión, la de las Comunidades de Castilla, cuya fama a menudo oscurece la de las Germanías), pero las causas que la provocan venían de bastante tiempo atrás. Los abusos de poder de los nobles, la complicada situación económica y los elevados impuestos, que los gremios de artesanos juzgaban excesivos, habían provocado un descontento general entre la burguesía y los artesanos del reino y una notable animadversión hacia la nobleza y hacia los mudéjares (musulmanes residentes en territorio cristiano), en su mayoría vasallos de los nobles.
En 1519 una epidemia de peste se desata en el reino y provoca la huida masiva de los nobles de las ciudades al campo, escapando de la enfermedad, lo que crea un vacío de poder que es ocupado por las germanías, organizadas a partir de las milicias ciudadanas que el rey Fernando el Católico había autorizado años antes para que los valencianos pudieran defenderse de los habituales ataques de los piratas berberiscos. El movimiento se inicia en Valencia, dirigido por una especie de comité o concilio llamado la Junta de los Trece, y posteriormente se extiende a otras localidades como Alzira, Gandía, Sagunto o Alcoy.
En un primer momento el movimiento de las germanías es mayormente pacífico, e incluso la Junta envía una comitiva, liderada por el tejedor Guillem Sorolla, a Alemania, a entrevistarse con Carlos I, quien se hallaba allí presentando su candidatura al trono imperial. Al principio el rey les reconoce el derecho a continuar portando armas y a mantener el control de sus ciudades. Mese más tarde, sin embargo, la presión de los nobles y los militares hace que Carlos I rectifique y desautorice a las milicias, que sin embargo se niegan a disolverse.
Las germanías empiezan entonces una progresiva radicalización, sobre todo a raiz de la muerte de su primer líder, el cardador de lana Joan Llorenç, de carácter moderado, y la elección como nuevo líder del terciopelero Vicent Peris, mucho más radical. A partir de ahí se suceden los ataques a posesiones de la nobleza, las conversiones forzadas de mudéjares y los enfrentamientos con las tropas reales, mandadas por el virrey de Valencia, Diego Hurtado de Mendoza. El 25 de julio de 1521 los agermanados logran una gran victoria en la batalla de Gandía, obligando al virrey Mendoza a refugiarse en el Castillo de la Atalaya en Villena.
No obstante a partir de ese momento las disensiones entre los agermanados y la llegada de refuerzos provocan un debilitamiento del movimiento. Los siguientes enfrentamientos son desfavorables para los sublevados y las tropas del virrey no tardan en tomar el control de todo el sur del reino, desde Alicante a Onteniente. En febrero de 1522 Peris viaja a Valencia para tratar de mantener la unidad de las distintas facciones de la germanía local, pero es capturado por un grupo de soldados. Apenas unas semanas después las tropas reales ocupan la ciudad y Peris y sus colaboradores más cercanos son ejecutados, con lo que el núcleo de la sublevación pasa a estar en Xátiva y Alzira.
La muerte de Peris, popular y con un gran ascendiente sobre los agermanados, siembra la confusión y la pesadumbre en las filas de los rebeldes. Y es entonces cuando hace su aparición un curioso personaje que se haría popular: el llamado Encubierto de Valencia.
Se hacía llamar Enrique Manrique de Ribera, aunque no se sabe con certeza si era ese su verdadero nombre. Se desconoce prácticamente todo sobre sus orígenes, pero se cree que debía contar por entonces con unos veinticinco o treinta años y era andaluz, probablemente de ascendencia judía. Descrito como bajo, delgado y poco agraciado físicamente, era sin embargo una persona elocuente y con gran poder de convicción. Había vivido durante cuatro años en la ciudad norteafricana de Orán, al servicio de un comerciante llamado Juan de Bilbao, del que había llegado a ser íntimo amigo e incluso a vivir en su casa, hasta que el mercader, sospechando que el tal Enrique y su esposa eran amantes, lo había echado a la calle. Se había instalado luego en la Huerta de Valencia hasta que habiendo estallado la revuelta se había unido a ella. El 10 de marzo, poco después de la ejecución de Peris, pronuncia un discurso ante una multitud congregada en la Plaza de la Seo de Xátiva, clamando por un castigo divino contra los responsables de la muerte del líder agermanado, y poco después encabeza una expedición de castigo contra los vasallos mudéjares de Rodrigo Hurtado de Mendoza, marqués de Zenete y hermano del virrey, que le granjea fama y popularidad.
El 21 de marzo Manrique pronuncia un nuevo discurso, en el mismo lugar que el anterior, que es el que verdaderamente le encumbra y le hace famoso. En él, mezclando elementos religiosos y políticos, proclama ser hijo del príncipe Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos, y de su esposa Margarita de Austria. Según cuenta la historia, Juan muere en 1497, sin llegar a cumplir los veinte años, seis meses después de su boda, y su esposa, embarazada, daría a luz meses después a una hija póstuma de Juan, que moriría poco después de nacer. Pero según Manrique, todo era falso. Él era el verdadero hijo del príncipe, y por lo tanto el legítimo heredero del trono, pero una conspiración para favorecer a Felipe el Hermoso (esposo de la infanta Juana "la Loca" y rey de Castilla entre 1504 y 1506) encubre su nacimiento y le arrebata sus derechos, enviándolo a Gibraltar, donde es criado por una pastora. El responsable de esta conspiración es un personaje bien conocido (y odiado) en Valencia: el poderoso cardenal Mendoza, padre del virrey Diego y de su hermano Rodrigo. Cuando se hizo mayor conoció su verdadero origen, y desde entonces permaneció oculto (lo que le valdría el apodo entre sus seguidores de el rey Encubierto) por designio divino, esperando el momento en el que su presencia fuera necesaria para sus atribulados súbditos. Todo ello mezclado con proclamaciones mesiánicas y ataques a la nobleza, a la Iglesia y al rey Carlos.
La muchedumbre, huérfana de un líder y abatida por los reveses militares, acoge con entusiasmo la revelación del supuesto rey. Su poder de convicción es tal que sus "súbditos" pasan por alto las incoherencias de su relato (por ejemplo, el cardenal Mendoza había muerto en 1495, dos años antes de su supuesto nacimiento). Aunque los dirigentes de la germanía no acaban de creerse su historia, no se atreven a oponerse a él y le reconocen como líder. El Encubierto no pierde el tiempo: se instala en una lujosa casa, con criados y mayordomo, se viste con ostentosos ropajes y se apropia del tesoro de la catedral, con el que recluta una guardia montada de veinte hombres. A la vez, busca el apoyo de Alzira, la otra población importante que todavía queda controlada por las germanías.
En las siguientes semanas, el Encubierto dirige varias escaramuzas contra las tropas reales. En una de ellas sale milagrosamente vivo de una lluvia de flechas que le lanzan los soldados del virrey, lo que sus seguidores interpretan como una señal de la protección divina. Empiezan a circular rumores sobre él diciendo que es un santo en vida, que obra milagros, que es capaz de levitar o que solo puede morir en Jerusalén. Ante el riesgo de que consiga reunir bajo su mando a los restos de las germanías y se reavive el levantamiento, las autoridades valencianas consiguen que el papa Adriano VI declare hereje al Encubierto y a la vez, el virrey Mendoza y el gobernador de Valencia, Lluís de Cabanyelles, ofrecen una generosa recompensa a quien lo entregue, vivo o muerto, o a quien informe de su paradero.
En mayo de 1522 el Encubierto encabeza una expedición que se dirige a Valencia; planea asesinar al marqués de Zenete como venganza por la muerte de Peris, restablecer la germanía local y retomar el control de la ciudad. Se entrevista en secreto con algunos de los antiguos dirigentes locales, como Joan Martí, antiguo alcaide del castillo de Xátiva. Sin embargo, uno de aquellos líderes, llamado Guillem Cardona, lo traiciona y lo denuncia al virrey, obligándolo a huir y a refugiarse primero en Benimaclet y luego en Burjassot (Joan Martí es apresado y ejecutado poco después). El 19 de mayo de 1522, el Encubierto es asesinado a puñaladas en Burjassot a manos de dos de sus seguidores, deseosos de cobrar la recompensa que ofrecen por él. Su cuerpo es llevado a Valencia, donde es sometido a juicio post-morten por la Inquisición, que lo declara culpable de herejía. Su cabeza es expuesta en la Puerta de Quart, mientras que el resto del cuerpo es quemado en la hoguera.
Tras la muerte del Encubierto, Xátiva y Alzira no tardan en ser conquistadas, poniéndose fin a las germanías. Germana de Foix, viuda de Fernando el Católico, es nombrada virreina, y gobernará junto a su esposo, Fernando de Aragón, duque de Calabria, hasta su muerte en 1538. La mayoría de los antiguos agermanados se acogerían a un indulto concedido por la virreina en 1524 y a un perdón general otorgado por Carlos I en 1528; aún así, a lo largo de varios años se siguieron produciendo arrestos y ejecuciones de antiguos dirigentes de las germanías (se habla de hasta 800 condenas a muerte, a las que habría que sumar otras 200 en el reino de Mallorca).
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