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A finales de los años 30, Orson Welles era un joven prodigio veinteañero que había triunfado en el teatro y en la radio. En el teatro había dirigido una memorable adaptación del Julio César de Shakespeare, trasladando la acción a su época y empleándola como una contundente crítica contra el fascismo y el nazismo. Y en la radio había dirigido la dramatización de varias obras clásicas de la literatura para la cadena CBS, entre ellas La guerra de los mundos, de H. G. Wells, con tal realismo que durante su emisión miles de personas creyeron que de verdad se estaba produciendo una invasión alienígena. Fue precisamente a causa de su popularidad que la RKO Pictures se fijó en él y, pese a que no tenía ningún tipo de experiencia en el cine, le ofreció en 1939 dirigir una película.
Welles aceptó la oferta, y decidió que su primera incursión cinematográfica sería una adaptación de la novela El corazón de las tinieblas, que ya había adaptado anteriormente para uno de sus programas en la CBS. La novela, obra del escritor británico de origen polaco Joseph Conrad, se publicó en 1899 y cuenta la historia de Marlow, un marino británico que, contratado por una empresa exportadora de marfil, viaja hasta un puesto comercial avanzado de dicha empresa, situado en una recóndita región de la selva africana y dirigido por un hombre llamado Kurtz. Al llegar, Marlow encuentra a un Kurtz enfermo y delirante, que parece haber abandonado los convencionalismos sociales occidentales y haberse contagiado del primitivismo de los nativos, que lo adoran como a un dios.
Quizá por esa misma falta de experiencia de Welles en el cine, su primer proyecto estaba lleno de ideas novedosas y poco convencionales. El propio Welles, junto a su colaborador habitual John Houseman, escribió un guión de 174 páginas sobre la novela de Conrad, un guión que incluía una nada disimulada crítica al nazismo, y también al modo despiadado de actuar de determinadas empresas. También la manera de rodarlo iba a ser innovadora. Welles pretendía filmar la película desde el punto de vista de la mirada de Marlow, cuyo rostro los espectadores no verían más que fugazmente reflejado en cristales o en el agua. Asimismo, el montaje tampoco era el habitual, ya que tenía pensado estructurar la película en 165 planos largos, enlazados uno tras otro. Otra de sus peculiares ideas era que el mismo actor interpretase tanto a Marlow como a Kurtz, simbolizando de este modo la creciente identificación entre ambos, hasta el punto de que sus identidades prácticamente se fusionasen, dándole a la historia un tono esquizofrénico y opresivo que era lo que el director buscaba.
Habría sido, sin duda, una película revolucionaria y adelantada a su tiempo. Pero el presidente de la RKO, George Schaefer, la rechazó. Era demasiado, en muchos aspectos. Demasiado compleja, demasiado original, demasiado "política", demasiado costosa (se habría necesitado gastar cientos de miles de dólares sólo para construir los decorados). Demasiado arriesgada. Schaefer, escéptico con las posibilidades de éxito del filme, echó abajo el proyecto. La productora pidió entonces un proyecto alternativo. Welles, que no era muy dado a regodearse en el fracaso, les presentó de inmediato un "plan B", un filme de modesto presupuesto sobre un magnate de la prensa, que se titularía Ciudadano Kane, y que hoy es considerada una de las mejores películas de la historia.
El 31 de marzo de 2012 la BBC Radio emitió un programa especial en el que por primera vez se dramatizaba el guión original de Welles, con las voces de James McAvoy y Jonathan Slinger en los papeles principales.
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