Verba volant, scripta manent

domingo, 17 de septiembre de 2017

Jack, el babuino ferroviario

Jack y James Wilde


A finales del siglo XIX, a los viajeros del ferrocarril que conectaba las ciudades sudafricanas de Cape Town y Port Elizabeth les resultaba familiar la figura de James Wilde, un guardagujas de la estación de Uitenhage al que apodaban "Jumper" ("Saltador") por su costumbre de saltar de un vagón a otro de los convoyes, incluso estando en marcha. Esta costumbre le saldría cara; en 1877 resbaló en una de sus acrobacias y cayó bajo un tren en marcha. Salvó la vida por poco, pero perdió ambas piernas en el accidente.

Tras una larga y dolorosa recuperación, Wilde regresó a su puesto en Uitenhage. Se había fabricado unas toscas piernas de madera sobre las que era capaz de desplazarse distancias no muy grandes, y un carrito para cuando debía recorrer trayectos mayores, pero aún así tenía limitaciones y no era capaz de llevar a cabo su trabajo con la presteza y rapidez que a él le habría gustado.

Una tarde Wilde se hallaba visitando el mercado de Uitenhage cuando fue testigo de un peculiar espectáculo que atraía la atención de numerosas personas: un babuino del Cabo o papión chacma (Papio ursinus) conduciendo un carro de bueyes. Sorprendido por la inteligencia del primate, y convencido de que podía serle útil en su trabajo, Wilde rogó insistentemente al dueño del animal que se lo vendiera. Y, aunque a éste no le hacía demasiada ilusión desprenderse de su mascota, sentía lástima por Wilde y acabó accediendo.

Wide se llevó a Jack (así se llamaba el babuino) a su hogar, una cabaña cercana a la estación, y comenzó su peculiar entrenamiento. Cada mañana Jack empujaba el carrito de Wilde hasta la estación y una vez allí observaba atentamente los distintos cometidos de su amo. Uno de estos cometidos era llevarle a los conductores la llave de los depósitos de carbón cuando así lo requerían. Jack no tardó en aprenderse la señal (cuatro pitidos del silbato de la locomotora) y cada vez que lo escuchaba corría a tomar la llave de Wilde y llevársela al conductor.


Otro de los labores que James Wilde enseñó a Jack era la de accionar las palancas de señales cada vez que un tren se aproximaba. Primero, Jack aprendió a accionar cada palanca según un gesto que Wilde le hacía con la mano, y siempre buscando la confirmación de su amo antes de mover cada palanca. No obstante, con su gran inteligencia el simio aprendió a accionar la palanca adecuada en cada momento, sin esperar la señal de Wilde; y aunque éste nunca perdía de vista a Jack, el babuino jamás se equivocó de palanca, ni hizo falta que le repitieran una orden. De la misma manera, Wilde le enseñó a realizar tareas domésticas en su hogar, como tirar la basura o barrer el suelo.

La presencia de tan peculiar trabajador en la estación no tardó en atraer la atención de la gente. Muchos habitantes de Uitenhage acudían a la estación para poder ver a Jack trabajando, e igualmente los pasajeros de los trenes que pasaban por allí quedaban asombrados al ver al simio. A menudo, lo recompensaban lanzándole trozos de comida, que Jack aceptaba gustoso. También se había aficionado a recibir cada noche un traguito de licor que su amo le daba como recompensa por su trabajo, hasta el punto de que cuando a Wilde se le olvidaba, al día siguiente Jack se mostraba enfurruñado y de mal humor.


Y así, la peculiar pareja siguió trabajando junta hasta que una elegante dama de Port Elizabeth fue testigo del trabajo de Jack y quedó horrorizada al ver al animal encargándose de las señales de la estación. De inmediato, elevó una queja a las autoridades del ferrocarril, los cuales hasta aquel momento desconocían que Wilde tuviera a un babuino como ayudante. Y no la creyeron hasta que el gerente y varios directivos de la compañía visitaron la estación. De inmediato, Wilde y Jack fueron despedidos.

Wilde no se conformó, y reclamó a la compañía la devolución de su puesto, defendiendo su profesionalidad y la de Jack. El gerente estuvo de acuerdo en poner a prueba las habilidades del babuino. Cuando el primer tren se acercó a la estación, Jack, sin ningún tipo de orden, accionó las palancas adecuadas según las señales de la locomotora, e incluso se quedó observando su llegada para asegurarse de que había hecho lo correcto. Impresionado, el gerente no solo devolvió a Wilde su puesto, sino que contrató a Jack, que se convirtió de esta manera en el único empleado no humano del ferrocarril, con un sueldo de veinte céntimos diarios y media botella de cerveza a la semana, además de raciones de comida.

Jack trabajó en el ferrocarril durante nueve años, hasta su muerte en 1890 a causa de una tuberculosis. Durante todo ese tiempo, jamás cometió ningún error que provocara un accidente. Su cráneo forma parte de la colección del Museo Albany de Grahamstown.

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