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domingo, 5 de noviembre de 2023

Centralia, sesenta años ardiendo

Centralia


Los orígenes de la ciudad de Centralia (condado de Columbia, Pennsylvania) se remontan a 1832, cuando un tabernero llamado Jonathan Faust abrió la Bull's Head Tavern al borde de la carretera de Reading a Fort Augusta, que muchos años más tarde pasaría a formar parte de la autopista Ruta 61. Diez años más tarde, las tierras circundantes fueron compradas por una compañía minera, la Locust Mountain Coal and Iron Company, deseosa de explotar los ricos yacimientos de antracita de la zona. Poco después se instalaba allí el ingeniero Alexander Rea, verdadero creador de la ciudad: diseñó los planos, construyó calles y casas, y llamó a la localidad Centreville, aunque el nombre se cambió en 1865, cuando se instaló una oficina de correos en la ciudad y el servicio postal se dio cuenta de que había otro pueblo llamado Centreville en un condado limítrofe, pasando a llamarse Centralia. En los siguientes años se abrirían varias minas y se construiría una línea de ferrocarril para exportar el mineral.

Centralia nunca fue una villa demasiado populosa; alcanzó su máxima población en torno a la década de 1890, cuando contaba unos 2700 habitantes, que vivían principalmente de las minas. La actividad minera se resintió  durante la Primera Guerra Mundial, cuando muchos de sus trabajadores se alistaron en el ejército norteamericano, y luego tras el crac de 1929, que llevó al cierre a varias de las minas de la ciudad. En 1950, en virtud a una ley promulgada el año anterior, los derechos de explotación del carbón bajo la ciudad pasaron al ayuntamiento local.


El 28 de mayo de 1962 se celebró el Memorial Day, la fiesta en la que los norteamericanos rinden homenaje a sus soldados caídos en combate. El ayuntamiento local había estado recibiendo quejas por el mal olor que provocaba en uno de los cementerios de la ciudad, el de Old Fellows, la cercanía de un vertedero de basuras que el propio ayuntamiento había establecido ese mismo año, en el interior del pozo de una antigua mina abandonada. Había sido una decisión urgente y necesaria, debido a que el anterior vertedero había sido clausurado por incumplir las leyes estatales y ello había provocado la aparición de varios vertederos ilegales en torno a la ciudad. Ante la posibilidad de que los malos olores deslucieran los actos de homenaje a los caídos, el ayuntamiento decidió "limpiar" el vertedero, de la forma en la que se solía hacer en aquella época... prendiéndole fuego. 


El problema era que todo el proceso incumplía flagrantemente las leyes estatales. Primero, para usar como vertedero una antigua mina, era obligatorio sellar primero todos los túneles y huecos en las paredes, y luego cubrir el interior del pozo con materiales ignífugos. Y segundo, el uso de fuego para deshacerse de los residuos acumulados estaba estrictamente prohibido, porque había un peligro elevadísimo de que el fuego se extendiera a las minas. Sin embargo, las autoridades de Centralia habían hecho caso omiso de las normas y siguieron adelante con el plan.

Así, el domingo 27, víspera del Memorial Day, cinco miembros de los bomberos voluntarios de la ciudad, contratados por el ayuntamiento, prendían fuego al vertedero y lo dejaban arder durante horas, apagándolo con mangueras por la noche. No obstante, esa clase de fuegos son difíciles de extinguir por completo y pueden seguir ardiendo en sus capas inferiores. Dos días más tarde, el 29 de mayo, los bomberos tuvieron que acudir al vertedero y usar de nuevo las mangueras tras hacerse visibles nuevas llamas. Y de nuevo el día 4 de junio; en esa ocasión los bomberos notaron la existencia de un enorme agujero, de más de cuatro metros de ancho, en una de las paredes del pozo. A pesar de ello, el ayuntamiento había autorizado que se siguiera vertiendo basura.


Ya en el mes de julio, ante la aparición de unas emanaciones de humo que surgían del suelo en la pared norte del pozo, un inspector de minas acudió a Centralia provisto de equipamiento para detección de gases. Las pruebas determinaron que aquellas emanaciones presentaban una concentración de monóxido de carbono típica de los incendios en minas de carbón, lo que demostraba que el fuego del vertedero se había extendido a las vetas de carbón de la vieja mina y se extendía bajo tierra. El 7 de agosto, mientras las autoridades locales y estatales discutían como afrontar el problema, se ordenó el cierre de todas las minas activas de Centralia, debido a la detección de niveles de monóxido de carbono potencialmente letales.

Un primer intento de extinguir el incendio, excavando alrededor del perímetro del fuego para crear una trinchera, fracasó porque la excavación logró exactamente lo contrario: avivar el incendio al permitir que el oxígeno entrara en grandes cantidades en la red de minas. En octubre se hizo un nuevo intento para inundar las viejas galerías por las que se extendía el fuego, pero también fracasó: las bajas temperaturas congelaban las tuberías y la maquinaria y los agujeros excavados para introducir el agua actuaban como respiraderos. Se propusieron nuevos planes, como trincheras recubiertas de material ignífugo o fosos llenos de agua, que se fueron descartando uno tras otro. Al final, en 1963 las autoridades decidieron abandonar los intentos de extinguir el incendio, limitándose a mantener la vigilancia y esperar a que se extinguiera por si solo.

Todd Domboski, junto al agujero que casi le cuesta la vida

Y así, el incendio de Centralia siguió avanzando a través del subsuelo de la ciudad, consumiendo poco a poco el carbón sin que los habitantes de la ciudad fueran verdaderamente conscientes del peligro que entrañaba. Las alertas saltaron cuando en 1979 el propietario de una gasolinera local descubrió que la gasolina de sus depósitos subterráneos se encontraba a la alarmante temperatura de 78º. A partir de 1980 empezó a informarse de varios casos de personas intoxicadas por emanaciones de monóxido y dióxido de carbono, y en 1981 un niño de 12 años llamado Todd Domboski estuvo a punto de morir tras caer en un socavón de decenas de metros de profundidad que se abrió de improviso bajo sus pies. Ante el riesgo que corrían los habitantes de la ciudad, en 1984 el Congreso de los EEUU aprobó un proyecto de traslado y recolocación de los habitantes de Centralia, dotado con 42 millones de dólares.

Vista aérea del lugar que antes ocupaba Byrnesville

La mayoría de los habitantes de la ciudad aceptó la oferta del gobierno y abandonó Centralia (muchos de ellos se instalaron en pueblos cercanos como Mount Carmel o Ashland). Solo un puñado de familias decidió quedarse; la mayoría alegaban que no había un riesgo inminente y que el verdadero objetivo de las autoridades era apropiarse de los derechos de explotación del carbón de la zona, que según la ley estatal pertenecían al municipio, pero que en caso de que este dejara de funcionar (por ejemplo, si la ciudad era abandonada) pasarían a ser propiedad del estado de Pennsylvania. Se inició entonces una batalla legal entre los residentes y las autoridades que se prolongó durante años. En 1992 el gobernador del estado Bob Casey ordenó la expropiación de los edificios de la ciudad y en 2002 el servicio de Correos eliminó el código postal de Centralia (17927). En 2009 se inició el trámite definitivo para desahuciar a los últimos residentes y en 2012 estos perdieron su última apelación en los tribunales. Finalmente, en octubre de 2013 los últimos siete habitantes de Centralia llegaron a un acuerdo con las autoridades: estas les dieron permiso para seguir viviendo en Centralia hasta que murieran o decidieran marcharse, momento en el cual los derechos sobre sus hogares pasarían a manos del estado.

La Ruta 61 a su paso por Centralia

En la actualidad, Centralia es una ciudad fantasma. Muchos de sus edificios han sido demolidos o se han venido abajo por el abandono. La vegetación ocupa calles y solares, y solo unos pocos edificios resisten mas o menos bien, como la iglesia católica de la Asunción de la Santísima Virgen, construida sobre un lecho de roca sólida y no sobre carbón. Aquí y allá se producen escapes de gases tóxicos que han matado a la vegetación circundante. El tramo de la Ruta 61 que discurría por la zona también está cerrado, después de que en los años 90 aparecieran numerosas grietas y socavones. El lugar tiene un aspecto de desolación tal que sirvió de inspiración para la ambientación de la película Silent Hill (2006), basada en una popular serie de videojuegos (solo para la película, no para los juegos). La pequeña localidad de Byrnesville, un poco más al sur, también fue evacuada al descubrirse que el incendio también había llegado a su subsuelo. Sus 75 habitantes fueron trasladados, y la última de sus casas fue demolida en 1996.


En la actualidad, según el censo de 2020, solo cinco personas continúan residiendo en Centralia. El fuego sigue su avance implacable, y si no hay novedades, lo hará durante un largo periodo: se calcula que en el subsuelo de Centralia queda suficiente carbón para que el fuego se mantenga al menos hasta mediados del siglo XXIII.

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