Verba volant, scripta manent

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Elfriede Blauensteiner, la adorable viuda negra austríaca

Elfriede Blauensteiner (1931-2003)

Si le hubieran preguntado a sus vecinos su opinión sobre Elfriede Blauensteiner, sólo habrían oído halagos. Todos consideraban a esta sexagenaria austríaca jubilada como una mujer encantadora, amable, que adoraba a los niños, colaboraba con varias causas benéficas y cuidaba de sus vecinos enfermos. Nadie podía sospechar que detrás de esa agradable fachada se escondía una fría asesina en serie.
En 1995 Elfriede, de 64 años, conoció a través de la sección de contactos de un periódico a Alois Pichler, de 77. Pichler, jubilado del servicio de Correos, buscaba compañía para pasar sus últimos años, y simpatizó con la amable y extrovertida Elfriede de inmediato. Tanto, que apenas unos meses después de conocerse, Elfriede se trasladó a vivir con él como cuidadora.
A pesar de su avanzada edad, Pichler tenía una salud de hierro. Pero, desde que Elfriede comenzó a atenderlo, su salud se fue deteriorando, sufrió varios ingresos hospitalarios y, finalmente, murió apenas dos meses después. Sorprendentemente, dejaba en su testamento la mayor parte de su dinero a Elfriede. Pilcher no tenía hijos, pero un sobrino sospechó de las extrañas circunstancias de su muerte y denunció el caso ante la policía. Los agentes también sospecharon de ella y la detuvieron para interrogarla.
Para su sorpresa, Elfriede no tardó en admitir que había envenenado a Pichler administrándole Euglucon, un medicamento para la diabetes, y rematándolo con una sobredosis de antidepresivos, para quedarse con su dinero, ayudada por su abogado Harald A. Schmidt (que también fue detenido y acusado de complicidad). Pero no se quedó ahí; para asombro de sus interrogadores, Elfriede admitió haber envenenado a otras cuatro personas.
La primera de sus víctimas habría sido el conserje del edificio de apartamentos en el que vivía en 1981. Según ella, lo hizo porque era un maltratador que golpeaba a su mujer e hijos. También admitió haber envenenado a su segundo marido, Rudolf, quien había muerto misteriosamente en 1992 tras ocho ingresos hospitalarios en los últimos meses de su vida y un coma de diez días. Tras su muerte, Elfriede hizo incinerar su cadáver en contra de la voluntad de su familia y cobró dos seguros de vida que el fallecido había hecho nombrándola beneficiaria. Cuatro meses después envenenó a Franziska Koeberl, vecina suya de la que había cuidado mientras estaba enferma, y en junio de 1995, a Friedrich Doecker, amigo suyo al que también había conocido a través de un anuncio en la prensa. En ambos casos, logró que ambas víctimas la nombraran heredera. Además, también confesó haber envenenado a un anciano enfermo del que cuidaba y que había muerto de cáncer, antes de que los "cuidados" de Elfriede hubieran hecho efecto, aunque se las arregló para robarle una importante cantidad de dinero de sus cuentas. La envenenadora negó que el dinero fuese la motivación de sus acciones ("No ambiciono el dinero. Sólo maté a quienes merecían la muerte"), aunque posteriormente se averiguó que Elfriede era una adicta al juego que se gastaba grandes sumas de dinero en los casinos.
Posteriormente, Elfriede se retractaría de su confesión y se proclamaría totalmente inocente. Sin embargo, la policía sospechó que había cometido más asesinatos de los que había confesado y que posiblemente había utilizado más veces la misma estrategia que había empleado con Pichler: conocía a ancianos o personas enfermas a través de su trabajo como enfermera o por anuncios en periódicos, se ganaba su confianza y luego los envenenaba para hacerse con su dinero, bien convenciéndolos para que la nombraran heredera, bien falsificando su testamento.
Durante el juicio, Elfriede trató de aparentar ser una anciana amable y religiosa, de conducta irreprochable. Defendió su inocencia con frases como "Mis manos están limpias. No tengo nada que esconder" o "Nunca mataría. Creo en mi inocencia". Sin embargo, las pruebas en su contra eran más que evidentes, y el 7 de marzo de 1997 un tribunal de la ciudad de Krems la hallaba culpable del asesinato en primer grado de Alois Pichler y la condenaba a cadena perpetua. Su antiguo abogado fue condenado a siete años de prisión por falsificar el testamento de Pichler. Posteriormente, un segundo juicio celebrado en 2001 la condenaba igualmente por las muertes de Koeberl y Doecker, sumando dos nuevas cadenas perpetuas. Elfriede Blauensteiner estuvo prisionera en la cárcel de Schwarzau am Steinfelde, en Viena, hasta su muerte, el 18 de noviembre de 2003, a los 72 años de edad, víctima de un tumor cerebral.

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