Sullivan A. Ballou (1829-1861) |
El 21 de julio de 1861 tuvo lugar cerca de la ciudad de Manassas (Virginia) la Primera Batalla de Bull Run, la primera gran batalla terrestre de la Guerra Civil norteamericana (1861-1865). Las tropas confederadas, al mando de los generales Beauregard y Johnston, derrotaron a las tropas de la Unión mandadas por el general McDowell, causándoles casi 500 muertos y capturando un millar de prisioneros, y obligándolas a retroceder en dirección a Washington D. C.
Durante la batalla, una bala de un cañón confederado alcanzó al mayor de la Unión Sullivan Ballou, del 2º Regimiento de Infantería de Voluntarios de Rhode Island, arrancándole parte de la pierna derecha y matando a su caballo. Evacuado de emergencia a un hospital de campaña instalado en la iglesia de Sudley Church, en Manassas, donde le fue amputado el resto de la pierna. Dada su precipitada retirada, el ejército de McDowell se vio obligado a dejar atrás a sus heridos, incluido Ballou, que moriría una semana más tarde a causa de sus heridas, siendo enterrado en el cementerio de la iglesia.
Sullivan Ballou había nacido en Smithfield (Rhode Island) el 28 de marzo de 1829; tenía, pues, 32 años cuando murió. En la vida civil había sido un prestigioso abogado y miembro del Parlamento de Rhode Island, donde había llegado a ser portavoz. Se había alistado en abril de 1861, respondiendo a la llamada del presidente Abraham Lincoln, republicano como él, quien había instado a los habitantes de los estados leales a la Unión a alistarse después de que las tropas confederadas hubieran tomado Fort Sumter (Charleston) en la primera acción bélica de la Guerra de Secesión. En 1855 se había casado con Sarah Hart Shumway, que tenía 24 años cuando enviudó, y habían tenido dos hijos: Edgar Fowler Ballou (nacido en 1856) y William Bowen Ballou (1859).
Sarah Hart Shumway Ballou (1837-1917) |
La muerte de Ballou pasó desapercibida en su época, salvo para sus allegados. Era uno más de los miles de hombres que dejaron sus vidas en los campos de batalla de aquella guerra, y ni su persona ni su muerte tenían nada que los hiciera destacar especialmente. Sin embargo, había algo que haría su nombre conocido años después de su desaparición. Un año después de la batalla, tras la retirada de los confederados, el entonces gobernador de Rhode Island, William Sprague IV (que había tomado parte en el enfrentamiento con el rango de coronel), acompañado de un grupo de funcionarios del estado, acudió a Virginia a recuperar los cadáveres de los soldados de Rhode Island caídos en combate (94 hombres del 2º, incluido Ballou, habían muerto entonces). Al llegar descubrieron con consternación que los soldados confederados, a modo de ruin venganza, habían desenterrado los cadáveres de numerosos soldados unionistas y los habían abandonado a la intemperie. Entre ellos, el de un oficial que los confederados creían que era el del coronel John Slocum, del 1º Regimiento de Rhode Island, y que arrojaron en una zanja, pero que luego, gracias a sus heridas y a las insignias de su uniforme, fue identificado como el de Ballou.
Los cadáveres del mayor y sus camaradas fueron llevados de vuelta a Rhode Island, donde Ballou fue enterrado en el cementerio de Swan Point, en la ciudad de Providence. También se recuperaron numerosas posesiones personales de los caídos. Entre los objetos que recuperó estaba el baúl de Sullivan Ballou, que le fue entregado a su viuda, y en cuyo interior había varias cartas que le había escrito a ella y que no le había podido enviar. La más reciente de ellas estaba fechada el 19 de julio, a cinco millas de Manassas. Pero no era esa la que haría conocido el nombre de Sullivan Ballou, sino otra, escrita en el campamento militar de Camp Clark (Washington), unos días antes.
El 2º de Rhode Island había estado destinado en Camp Clark desde abril de aquel año, mientras sus hombres (voluntarios sin experiencia militar) recibían entrenamiento. El 14 de julio el regimiento había sido informado de que su partida era inminente, para salir al encuentro de las tropas confederadas que se aproximaban a Virginia. Esa noche, Sullivan escribió a su esposa una emotiva e intensa carta, en la que trataba de expresar el remolino de sentimientos que le afectaban en aquel momento: el intenso amor que sentía por ella y por sus hijos, la preocupación y la incertidumbre de lo que sería de ellos si moría en combate, pero también el convencimiento de que había tomado la decisión correcta al alistarse y de que estaba cumpliendo con su deber para defender a su país.
La carta que Sullivan Ballou escribió aquella noche decía (más o menos):
Mi muy querida Sarah
Hay indicios muy fuertes de que nos moveremos en pocos días -quizá mañana. Por si no pudiera escribirte otra vez, me siento impelido a escribir unas líneas que pueden caer bajo tus ojos cuando yo ya no esté.
Nuestro avance puede ser de unos pocos días de duración y lleno de gozo - o puede ser de grave enfrentamiento y muerte para mi. No se haga mi voluntad sino la tuya, oh Dios. Si es necesario que caiga en el campo de batalla por mi país, estoy listo. No tengo recelos ni falta de confianza en la causa con la que estoy comprometido, y mi valor no se detiene ni vacila. Sé cuán fuertemente se apoya ahora la civilización americana en el triunfo del Gobierno y cuán grande es la deuda que tenemos con quienes nos precedieron a través de la sangre y el sufrimiento de la Revolución. Y estoy dispuesto, perfectamente dispuesto, a renunciar a todas mis alegrías en esta vida para ayudar a mantener este gobierno y pagar esa deuda.
Pero, mi querida esposa, cuando sé que con mis propias alegrías abandono casi todas las tuyas y las reemplazo en esta vida con preocupaciones y tristezas, cuando, después de haber comido durante largos años el amargo fruto de la orfandad, debo ofrecerlo como su único sustento a mis queridos hijitos: ¿es débil o deshonroso, mientras el estandarte de mi propósito flota tranquila y orgullosamente en la brisa, que mi amor ilimitado por ustedes, mi querida esposa e hijos, luche feroz, aunque inútilmente, con mi amor por la patria?.
No puedo describirte mis sentimientos en esta tranquila noche de verano, cuando dos mil hombres duermen a mi alrededor, muchos de ellos disfrutando de la última, tal vez, antes de la muerte, y yo, sospechando que la Muerte se arrastra detrás de mí con su dardo fatal, estoy en comunión con Dios, mi país y contigo.
He buscado con mucha atención y diligencia, y a menudo en mi pecho, un motivo equivocado para arriesgar la felicidad de aquellos a quienes amaba, y no pude encontrarlo. Un amor puro a mi patria y a los principios que a menudo he defendido ante el pueblo, y "el nombre del honor, que amo más que temo a la muerte", me han llamado y he obedecido.
Sara, mi amor por ti es inmortal, parece atarme a ti con poderosos cables que nada más que la Omnipotencia podría romper; y, sin embargo, mi amor por la patria me invade como un viento fuerte y me arrastra irresistiblemente con todas estas cadenas hasta el campo de batalla.
Los recuerdos de los momentos maravillosos que he pasado contigo vienen arrastrándose sobre mí, y me siento muy satisfecho ante Dios y ante ti por haberlos disfrutado durante tanto tiempo. Y es difícil para mí renunciar a ellos y reducir a cenizas las esperanzas de los años futuros, cuando, Dios mediante, todavía podríamos haber vivido y amado juntos y haber visto a nuestros hijos crecer hasta alcanzar una virilidad honorable a nuestro alrededor. Tengo, lo sé, pocos y pequeños derechos sobre la Divina Providencia, pero algo me susurra (tal vez sea la oración de mi pequeño Edgar) que regresaré ileso con mis seres queridos. Si no lo hago, mi querida Sarah, nunca olvidaré cuánto te amo, y cuando mi último aliento escape de mi en el campo de batalla, susurrará tu nombre.
Perdona mis muchas faltas y los muchos dolores que te he causado. ¡Qué irreflexivo y tonto he sido tantas veces! Con qué gusto lavaría con mis lágrimas cada pequeña mancha de tu felicidad y lucharía con todas las desgracias de este mundo para protegerte a ti y a mis hijos del mal. Pero no puedo, debo observarte desde la tierra de los espíritus y flotar cerca de ti, mientras afrontas las tormentas con tu pequeño y precioso cargamento, y aguardas con triste paciencia hasta que nos encontremos para no separarnos más.
Pero ¡oh Sara! Si los muertos pueden regresar a esta tierra y revolotear sin ser vistos alrededor de aquellos a quienes amaban, siempre estaré cerca de ti; en el día más brillante y en la noche más oscura, en medio de tus escenas más felices y de tus horas más sombrías, siempre, siempre; y si hay una suave brisa sobre tu mejilla, será mi aliento; o el aire fresco alivia tu sien palpitante, será mi espíritu pasando.
Sara, no llores por mi muerte; piensa que me he ido y espérame, porque nos volveremos a encontrar.
En cuanto a mis pequeños chicos, crecerán como yo y nunca conocerán el amor y el cuidado de un padre. El pequeño Willie es demasiado pequeño para recordarme por mucho tiempo, y mi Edgar de ojos azules guardará mis travesuras con él entre los recuerdos más borrosos de su infancia. Sarah, tengo una confianza ilimitada en tu cuidado maternal y en el desarrollo de su carácter. Dile a mis dos madres, la de él y la de ella, que pido la bendición de Dios para ellas. ¡Oh Sara, allí te espero! Ven a mí y guía allí a mis hijos.
Sullivan.
La carta de Sullivan Ballou se hizo popular muy pronto. Se publicó por primera vez, con el permiso de su viuda, en 1868, en el libro Brown University in the Civil War. A Memorial, un conjunto de biografías de antiguos alumnos de la Universidad de Brown (Providence) muertos durante la guerra, entre los que se contaba Ballou. En las siguientes décadas apareció en otros libros y trabajos sobre la Guerra Civil. Pero su popularidad se disparó cuando en 1990 el documentalista Ken Burns la incluyó en su multipremiada serie documental The Civil War.
Sarah Ballou nunca volvió a casarse. Sobrevivió a su marido 56 años, y murió en 1917, siendo enterrada a su lado, en Swan Point. Su hijo Edgar (1856-1924) llegó a ser un importante ranchero y secretario municipal de la ciudad californiana de Sierra Madre, mientras que William (1859-1948) se convirtió en comerciante de frutas y verduras en Providence.
Se desconoce el paradero del original de la carta de Ballou. En la Sociedad Histórica de Rhode Island se conserva un lote de documentos de la familia Ballou, incluidas las cartas que Sullivan escribió a Sarah desde su alistamiento. En el lote se hallan dos copias manuscritas de la famosa carta pero ninguna de ellas es la original ya que su letra no se corresponde con la de Sullivan Ballou (se cree que fueron hechas por alguien de su familia). Aunque no hay pistas sobre el paradero de la original, algunos estudiosos sugieren que Sarah pudo haber sido enterrada con ella.
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