Verba volant, scripta manent

domingo, 13 de noviembre de 2016

El experimento Rosenhan

David L. Rosenhan (1929-2012)

El 19 de enero de 1973 la revista Science publicaba un artículo titulado On being sane in insane places (Estar cuerdo en lugares de locos), obra del psicólogo norteamericano David Rosenhan, que presentaba sus conclusiones acerca de un estudio que había estado llevando a cabo en los últimos años. Un estudio que provocaría muchas discusiones y que acabaría siendo conocido como "el experimento Rosenhan".
David Rosenhan era un brillante psicólogo, autor de importantes trabajos sobre psicología educativa y conocido por ser uno de los pioneros en la introducción de la psicología en el ámbito judicial, tanto en declaraciones de expertos durante los juicios como en otros aspectos del proceso legal (como la selección de jurados). También ejerció como profesor en las prestigiosas universidades de Princeton y Stanford. A finales de los años 60, Rosenhan quiso saber hasta qué punto los criterios empleados en los diagnósticos psiquiátricos eran realmente objetivos, o si en cambio el análisis de los síntomas de la persona evaluada dependía de la subjetividad del observador. Para ello, no se le ocurrió nada mejor que enviar falsos pacientes a varios hospitales psiquiátricos para comprobar cómo eran diagnosticados.
En el experimento tomaron parte ocho voluntarios (cinco hombres y tres mujeres): tres psicólogos (entre ellos, el propio Rosenhan), un psiquiatra, un estudiante de psicología, un médico pediatra, un pintor y una ama de casa. Todos ellos de edades diversas y libres de antecedentes de enfermedades mentales. Entre 1968 y 1972, estos voluntarios lograron ser admitidos en doce hospitales psiquiátricos, tanto públicos como privados, de cinco estados diferentes, simplemente afirmando en su evaluación inicial haber sufrido alucinaciones auditivas (decían oír voces extrañas de las que sólo entendían palabras aisladas). No alegaron ningún otro síntoma, ni ocultaron sus circunstancias personales ni su biografía, sólo dieron nombres y ocupaciones falsas para ocultar sus verdaderas identidades. Pese a esta escasa sintomatología, siete de ellos fueron diagnosticados de esquizofrenia y otro, de psicosis maníaco-depresiva.
Una vez ingresados, los falsos pacientes debían de comportarse con absoluta normalidad y decir que se encontraban bien y ya no escuchaban voces, para ver si de ese modo podían convencer de su cordura al personal médico y ser así dados de alta. A pesar de ello, los sujetos del experimento simplemente fueron considerados pacientes "amigables" y "cooperativos", sin que en ningún momento se cuestionase el diagnóstico inicial. Curiosamente, a diferencia del personal de los hospitales, un buen número de pacientes si se percató de que no eran auténticos enfermos.
Los voluntarios de Rosenhan estuvieron ingresados por periodos que iban de los 7 a los 52 días, con una duración media de 19 días. Pese a su comportamiento normal, en ningún caso sus cuidadores pusieron en duda su diagnóstico. De hecho, en algunas ocasiones el personal hospitalario llegó a exagerar comportamientos normales, como tomar notas acerca del hospital y del trato recibido, considerándolos como "patológicos" y sintomáticos de las enfermedades que les habían diagnosticado. Ninguno de los voluntarios fue dado de alta "por méritos propios"; antes de ser puestos en libertad todos tuvieron que aceptar el dictamen del psiquiatra que los consideraba enfermos mentales, y consentir en empezar a tomar antipsicóticos (aunque sólo fingían tomarlos).
Las conclusiones de Rosenham eran bastante críticas con la relatividad de los diagnósticos y de la influencia que en ellos tenía la opinión subjetiva del psicólogo que los efectuaba. Pero también con el trato que recibían los pacientes una vez diagnosticados. Una vez que eran "etiquetados" como enfermos mentales resultaba prácticamente imposible librarse de esa categoría, aunque no volvieran a mostrar síntomas. Literalmente llegaba a decir que "en los hospitales psiquiátricos no podemos distinguir a los cuerdos de los locos". Asimismo, también cuestionaba la deshumanización y la rutina con la que los pacientes eran tratados, de la poca atención que se les prestaba, y del escaso contacto que el personal médico mantenía con ellos (el contacto medio de los participantes en el experimento con médicos, psicólogos y psiquiatras no llegaba a los siete minutos al día). Rosenhan terminaba su artículo proponiendo como posible solución el establecimiento de instituciones especializadas en problemas concretos, y una mejor preparación del personal de los hospitales.
La publicación del artículo provocó encendidas reacciones a favor y en contra. Muchos defendieron la psiquiatría argumentando que sus diagnósticos se basaban en los síntomas descritos por los propios pacientes, y que mentir a la hora de hacer un diagnóstico era lo mismo que mentir acerca de los síntomas de una enfermedad. Aunque, como Rosenhan se encargó de señalar, eso no explicaba por qué los falsos pacientes habían seguido siendo considerados enfermos mentales a pesar de que ya no mostraban síntomas. Por otro lado, también fueron numerosos los apoyos de Rosenhan. Se considera que su experimento impulsó un movimiento de reforma de las instituciones psiquiátricas, en favor de una atención más personalizada y, en la medida de lo posible, tratando de mantener a los pacientes integrados en la sociedad en lugar de recluirlos en instituciones. Y también sirvió de argumento a los partidarios de la antipsiquiatría, movimiento que se opone a la psiquiatría convencional.
El experimento de Rosenhan tendría una continuación o epílogo. Tras conocer su estudio, los responsables de un hospital universitario contactaron con él para advertirle que algo así sería imposible en su institución. Rosenhan acordó con ellos que, en el plazo de tres meses, enviaría a varios pacientes simulados para ver si podían descubrirlos. En ese plazo, el hospital atendió a 193 pacientes psiquiátricos, de los cuales cerca de la mitad fueron considerados "sospechosos" por algún médico o empleado: 41 fueron considerados impostores con una alta probabilidad, y otros 42 despertaron las sospechas de algún miembro del personal. En realidad, según se supo más tarde, Rosenhan no había enviado a nadie a aquel hospital y todos los pacientes "sospechosos" eran auténticos pacientes, reforzando aún más la tesis de Rosenhan: "Cualquier proceso diagnóstico que se preste por sí mismo tan fácilmente a errores masivos de este tipo no puede ser un proceso muy fiable".

2 comentarios:

  1. Un buen "post" sobre un tema inquietante. Y que creo que sigue de actualidad.

    Conozco personas que ha recurrido a la psiquiatria de la SS y los médicos se han limitado a "empastillarlos" con ansiolíticos y relajantes, dejando de lado el problema de fondo, y tratandolos como enfermos crónicos sin solución.

    Un abrazo.

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    1. Supuso un toque de atención a los psiquiatras, aunque parece que es algo que aún no se ha superado del todo. Siempre es más sencillo tratar a la gente con unos patrones comunes que estudiar cada caso en profundidad.
      Un saludo, Rodericus.

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