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viernes, 14 de abril de 2023

La Tiara de Saitafernes

La Tiara de Saitafernes


La ciudad griega de Olbia fue fundada en el año 647 a. C. en la costa del Mar Negro, en la desembocadura del río Bug, cerca de la actual ciudad ucraniana de Nicolaiev. Fue en sus orígenes una colonia de la polis griega de Mileto, y durante siglos fue una ciudad próspera gracias fundamentalmente al comercio de cereales y pescado. Según cuenta la historia, a finales del siglo III a. C., con la ciudad ya en decadencia, un rey escita llamado Saitafernes sometió con su ejército varias ciudades griegas de la costa del Mar Negro y puso sitio a Olbia. El asedio se prolongó hasta que los ciudadanos de Olbia convencieron a Saitafernes de que se retirara, entregándole una importante cantidad de dinero (se habla de 900 monedas de oro) y valiosos regalos.

En 1895 un periódico vienés se hacía eco de la noticia del hallazgo por parte de unos campesinos de Crimea de un buen número de valiosas reliquias de origen griego, que habían encontrado mientras trabajaban sus tierras. En febrero de 1896 se organizó en Viena una exposición de algunos de aquellos objetos, entre los cuales destacaba una maravillosa tiara de oro macizo que con el tiempo sería conocida como la Tiara de Saitafernes. La tiara, de 17'5 centímetros de altura y 18 de diámetro, pesa casi medio kilo y está profusamente decorada con grabados que representan pasajes de la Ilíada y escenas de la vida cotidiana del pueblo escita. Además, en ella hay una inscripción en griego clásico que reza: "El Consejo y los ciudadanos de Olbia honran al gran e invencible rey Saitafernes". Todo ello llevó a los expertos a considerar muy probable que se tratase de uno de los regalos hechos por los olbios a Saitafernes.

Como era de esperar, aquella deslumbrante joya atrajo de inmediato el interés de coleccionistas y museos. Pero todos se echaron atrás ante las elevadísimas pretensiones del propietario de la tiara, un tratante de antigüedades de la ciudad de Ochakov llamado Schapschelle Hochmann. La tiara fue ofrecida al Museo Imperial de Viena y al Museo Británico, pero ninguno de los dos disponía de los fondos para adquirirla. Apareció entonces en escena el Louvre. Por consejo de Albert Kaempfen, director de los Museos Nacionales de Francia, el museo parisino entró en la puja y acabó llegando a un acuerdo con Hochmann por la desorbitada cifra de doscientos mil francos de oro, dinero que pudo reunir gracias a las aportaciones de varios donantes y mecenas. El 1 de abril de 1896 el Louvre anunciaba oficialmente la adquisición de la Tiara, que en seguida pasó a ocupar un lugar de privilegio en la sección de arte antiguo del museo.

Sin embargo, algunos expertos no acababan de estar convencidos de la autenticidad de la joya. Entre ellos, el arqueólogo alemán Adolf Furtwängler, que había tenido ocasión de examinar la tiara de cerca. A Furtwängler le parecía extraña la mezcla de estilos de los grabados y la total ausencia de pátina, algo insólito en un objeto al que se le suponían más de dos mil años de antigüedad. No obstante, el Louvre desechó todas sus sospechas: para ellos, la autenticidad de la tiara estaba fuera de toda discusión.

Durante siete años, entre 1896 y 1903, la Tiara de Saitafernes fue uno de los grandes atractivos del famoso museo parisino. Hasta que en 1903 un hombre llamado Israel Rouchomovsky llegó a París. Rouchomovsky, orfebre en la ciudad de Odessa, no perdió el tiempo y nada más llegar encaminó suis pasos hacia el Louvre para entrevistarse con los administradores del museo y advertirles que habían cometido un grave error: la Tiara de Saitafernes no era una auténtica antigüedad griega, sino una obra moderna. Y Rouchomovsky lo sabía mejor que nadie, porque había sido él quien la había fabricado.

Esqueleto articulado con ataúd, otra de las obras de Rouchomovsky, subastado en 2013 por la casa Sotheby's

Según contó Rouchomovsky, un día de 1894 dos hombres habían llegado a su taller en Odessa para encargarle la elaboración de la tiara. Se trataba de nuestro viejo conocido Schapschelle Hochmann y de su hermano Leiba, también tratante de antigüedades. Ambos le habían dicho al orfebre que la tiara iba a ser un regalo para un amigo suyo arqueólogo; en ningún momento imaginó que pretendían hacerla pasar por auténtica. Le proporcionaron el oro para fabricarla y le entregaron abundante documentación sobre objetos greco-escitas (señalando incluso los títulos de los libros que le habían dado, Bilder-Atlas für WeltgeschichteAntiquités de la Russsie Méridionale), incluidos datos sobre los hallazgos más recientes, para ayudarle a dar verosimilitud a sus diseños. La confección de la tiara le había supuesto ocho meses de trabajo, por los que le habían pagado 1800 rublos de oro, unos 1500 francos. No había vuelto a saber nada de los Hochmann ni de la tiara hasta que, casi diez años después, un amigo y colega suyo llamado Lifschitz, que había visto la tiara mientras estaba a medio hacer, leyó en un periódico sobre la polémica de la famosa tiara del Louvre y se dio cuenta de que era la misma que había fabricado Rouchomovsky, al que avisó de inmediato.

En un primer momento, las autoridades del Louvre no creyeron a Rouchomovsky, pero este pudo demostrar que decía la verdad no solo describiendo como había fabricado la tiara, sino reproduciendo ante testigos un fragmento de ella. Al final, el museo parisino tuvo que admitir que había sido estafado y retiró discretamente la tiara, guardándola en un almacén. La prensa francesa no tuvo piedad y castigó su error con burlas y mofas durante una buena temporada.

Postal humorística sobre la tiara

En cuanto a Rouchomovsky, nadie lo acusó de nada; no era responsable de lo que otros habían hecho con su trabajo. Al contrario, su habilidad como orfebre fue muy elogiada. En 1910 se instaló en Paris con su familia, buscando mayor seguridad después del terrible pogromo de Odessa de 1905, en el que 400 judíos habían sido asesinados. En la capital francesa gozó de éxito y reconocimiento profesional, llegando incluso a ganar una medalla de oro en el Salón de las Artes Decorativas de Paris, y allí vivió hasta su muerte, acontecida en 1934, a los 74 años de edad. En su lápida, que él mismo creó, grabó estas palabras: Un hombre feliz fui en vida / Paz y tranquilidad, pan y ropa siempre se encontraban en mi hogar / Amé mi trabajo, mi esposa y mi hogar / Incluso después de mi muerte prevalecerá mi espíritu / Como la obra de mis manos que he dejado atrás.

A día de hoy, la Tiara de Saitafernes sigue siendo propiedad del Louvre, aunque fuera de exhibición. Volvió a exhibirse en 1954 en el llamado "Salón de falsificaciones", acompañada de otras obras de arte falsas, entre ellas ocho copias de la Mona Lisa de distintas épocas. En 1997 fue prestada al Museo de Israel en Jerusalén para una muestra sobre Israel Rouchomovsky y en 2009 al High Museum of Art de Atlanta para una exhibición sobre la historia del Louvre. Y, curiosamente, aunque la original sigue estando guardada en los almacenes del Louvre, tanto el Museo Británico como el Museo de Arte de Tel Aviv poseen y tienen expuestas sendas copias de la tiara.

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