Verba volant, scripta manent

martes, 22 de julio de 2014

La primera aviadora: Raymonde de Laroche


Raymonde de Laroche figura en la lista de mujeres pioneras que se enfrentaron a las convenciones asumidas por la sociedad de su época y se atrevieron a irrumpir en actividades que hasta aquel entonces eran un reducto exclusivo de los hombres.


Élise Léontine Deroche nació en París en 1886, hija de un humilde fontanero. Era una niña inteligente y atrevida, a la que le gustaba destacar y no tenía miedo a nada. Decidió dedicarse a la interpretación y para ello se cambió el nombre por el de Raymonde de Laroche, que sonaba más elegante y chic.
No tardó en hacerse popular en París, no sólo por su talento interpretativo, también por su carácter decidido y su nulo interés por lo que los demás opinaran de ella. Era una mujer polifacética, deportista, notable pintora, tenía una agitada vida sentimental e incluso conducía su propio automóvil (algo insólito en la época). También tenía un hijo de soltera, André, cuyo padre no quiso revelar, pero cuya paternidad muchos atribuyen a Léon Delagrange, pionero de la aviación francesa, muerto en enero de 1910 al estrellarse el avión que pilotaba.


Siempre buscando nuevos desafíos y barreras que derribar (y que también le diesen la publicidad que quería para favorecer su carrera como actriz), su atención se fijó en la aviación. Por aquel entonces los avances en aeronáutica atraían la atención del público. Cada nuevo record o hazaña era inmediatamente publicitado y los pilotos eran los nuevos héroes populares, celebridades admiradas por todos. Las exhibiciones ofrecidas en París en 1908 por Wilbur Wright (uno de los famosos hermanos Wright), a las que la propia Raymonde asistió, provocaron una expectación sin precedentes. Además, Raymonde ya había pilotado anteriormente globos aerostáticos, y en su círculo de amigos había varios pilotos (alguno, como Delagrange, muy muy amigo). Así que en 1909, durante una cena, su amigo Charles Voisin, piloto y fabricante de aviones, la convenció para que aprendiera a pilotar y se ofreció para ser su instructor.
Sus primeros pasos como piloto tuvieron lugar en el aeródromo de Chalons, al este de París. Dejó a todos sorprendidos por su habilidad y aplomo. Realizó su primer vuelo en solitario el 22 de octubre de 1909, de apenas 300 metros. Pero en su segundo vuelo, al día siguiente, ya recorrió seis kilómetros. Su talento para pilotar era sorprendente, su precisión y su sangre fría. Pero había algo más. Puede que al principio hubiese afrontado aquel nuevo reto como un medio para lograr publicidad, pero algo había cambiado dentro de Raymonde. Pilotando aquellos toscos aeroplanos se sentía realmente feliz. Una auténtica pasión por volar se había despertado en su interior, que le llevó a volcar todo su empeño en convertirse en piloto.
A la semana siguiente de su vuelo, la revista Flight publicó un extenso artículo sobre ella, en la que la llamaba erróneamente "baronesa" (un título nobiliario que ella no poseía). El error (que ella se cuidó mucho de no desmentir) se extendió y no tardó en ser conocida como la baronesa Laroche.


Su irrupción en el mundo de la aviación incomodó a algunos de sus colegas pilotos, quienes no acababan de asimilar la presencia de una mujer en lo que hasta entonces era un coto exclusivamente masculino. No faltaron en su camino críticas, burlas, amenazas e incluso su avión fue saboteado en alguna ocasión. Era frecuente que se encontrara con personas que ponían en duda la capacidad de las mujeres para pilotar, a los que ella respondía sin perder la calma que al contrario, el vuelo es muy apropiado para ellas porque no depende tanto de la fuerza física como de la coordinación mental.
El entusiasmo de Laroche por volar fue tal que incluso aparcó su carrera como actriz para dedicarse por entero al pilotaje. Empezó a participar asiduamente en exhibiciones y competiciones aéreas: El Cairo, Budapest, Rouen. El 5 de mayo de 1910, en la exhibición de Tours, fue el único piloto que se atrevió a despegar desafiando las pésimas condiciones climatológicas. Poco después, en San Petersburgo, se clasificó cuarta, despertando la admiración del zar Nicolás II, quien le concedió la Orden de Santa Ana (según algunas fuentes, también le otorgó el título de baronesa, que hasta entonces había utilizado sin tenerlo). El 14 de junio batió su propio récord con un vuelo de treinta minutos y veinte segundos.
Raymonde de Laroche no fue la primera mujer en pilotar un avión. La francesa Thérèse Peltier y la belga mademoiselle Van Pottelsberghe lo habían hecho un año antes. Pero si que fue la primera en obtener la licencia de piloto, con el número 36, concedida por el Aero-Club de Francia el 8 de marzo de 1910.


El 8 de julio de 1910, mientras participaba en la Grand Semaine d'Aviation de la Champagne en Reims, su avión se vio sorprendido por una violenta ráfaga de viento que le hizo estrellarse. Laroche sufrió numerosas heridas y dieciocho fracturas, lo que la obligó a una larga convalecencia. No pudo volver a pilotar hasta febrero de 1912, pero cuando regresó lo hizo con el mismo entusiasmo de antes. El 26 de septiembre de ese mismo año resultó levemente herida en un accidente de tráfico que le costó la vida a su amigo y mentor Charles Voisin. El 25 de noviembre de 1913 ganó la Coupe Femina (otorgada por la revista femenina Femina) por un vuelo de cuatro horas sin paradas. Ese mismo año conoció en la escuela de pilotaje de Henri Farman al también piloto Jacques Vial, quien se convertiría poco después en su marido.

Raymonde de Laroche, rescatada tras su accidente en Reims
Al estallar la Primera Guerra Mundial Laroche trató de alistarse en el ejército francés, pero la rechazaron porque era "demasiado peligroso para una mujer". Aún así, no se dejó derrotar y acabó sirviendo como conductora militar, transportando oficiales desde la retaguardia al frente. La Gran Guerra fue cruel con Raymonde: Jacques Vial murió en combate y su hijo André, víctima de la epidemia de gripe que asoló buena parte del planeta durante aquellos años.
Estas desgracias no derrotaron el espíritu de Raymonde. Una vez terminada la guerra, volvió a pilotar. En junio de 1919 batió dos récords de vuelo femenino: altitud (4800 metros) y distancia (323 kilómetros). En julio de ese mismo año, viajó hasta el aeródromo de Le Crotoy, con la intención de convertirse en la primera mujer piloto de pruebas. Desafortunadamente, el 18 de julio, mientras efectuaba un vuelo de prueba (como pasajera) en un biplano Caudron G.3, el piloto calculó mal a la hora de hacer un giro y el avión acabó estrellándose boca abajo contra el suelo. Ambos ocupantes murieron en el acto. Su cuerpo descanse en el célebre cementerio de Pére-Lachaise.
Hoy en día, una estatua en el aeropuerto parisino de Le Bourget la recuerda, así como una placa en la que fue su casa en la Rue de la Verrerie, número 61. En 2010 el servicio francés de correos emitió un sello con su imagen.

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