Verba volant, scripta manent

sábado, 31 de octubre de 2015

La mejor cerveza del mundo


En el pueblo belga de Westvleteren se encuentra la abadía trapense de San Sixto. Este monasterio es famoso por su cervecera, que desde hace más de siglo y medio ha venido elaborando con métodos tradicionales una cerveza que, según buena parte de los entendidos, es una de las mejores, si no la mejor, del mundo entero.
La abadía de San Sixto fue fundada en 1831 por un grupo de monjes trapenses procedentes del monasterio francés de Castberg. Apenas siete años después, en 1838, empezaron a fabricar cerveza en el interior de la abadía. Una cerveza elaborada con una receta propia y que muy pronto se hizo famosa por su calidad, una fama que no tardó en extenderse más allá de los límites de Westvleteren, a pesar de que no fue hasta 1931 cuando empezó a ser vendida al público; hasta entonces, sólo los visitantes de la abadía y unos pocos afortunados habían tenido la oportunidad de disfrutarla.

Abadía de Saint Sixtus (Westvleteren)
La cerveza se elabora siguiendo el método tradicional, con una receta particular celosamente custodiada por los monjes. Se comercializan tres variedades de esta cerveza: la Westvleteren 8, la tradicional, con un 8% de graduación; la Westvleteren 12, fabricada a partir de 1940, con un 10'2 % y elegida en varias ocasiones como "la mejor cerveza del mundo"; y la Westvleteren Blonde, comercializada a partir de 1999 y con un 5'8 % de alcohol. Durante algunos años, también fabricaron dos variedades más suaves, de 4 y 6'2º, destinadas exclusivamente al consumo del monasterio; ambas dejaron de producirse en 1999, sustituidas por la Blonde. La producción es limitada; las tres variedades suman apenas 60000 cajas de 24 botellas cada año, una cantidad constante desde 1946. Pese a la enorme demanda, los monjes no han considerado procedente aumentar la producción, y su venta no sigue los cauces de distribución habituales: la cerveza se vende sólo en la propia abadía, y para ello hay que reservarla previamente por teléfono. Además, para evitar la especulación y para que un número mayor de personas pueda disfrutarla, existe un límite de dos cajas (de 24 botellas cada una) por vehículo (una, si se trata de Wv 12) y sólo se admite un pedido cada dos meses para cada persona, número de teléfono y placa de matrícula. Además, también se puede degustar en el In de Vrede, una cafetería y centro de visitantes gestionado por los propios monjes, donde además de degustar y adquirir la famosa cerveza también se pueden comprar otros productos de la abadía, como quesos o levaduras. En ocasiones extraordinarias, la cervecera monacal ha llegado a acuerdos para comercializar (siempre de manera puntual) sus productos con distribuidoras de renombre, como la cadena de supermercados Colruyt o la importadora norteamericana Sheldon Brothers. También, entre 1946 y 1992, la cervecería St. Bernard, del cercano pueblo de Watou, envasaba una cerveza bajo el nombre de St Sixtus, con permiso de la abadía.


Otro punto curioso es el precio. Pese a la enorme demanda existente, la cerveza se vende a precios más que competitivos: 30 euros la caja de 24 botellas de Blonde, 35 € la de 8 y 40 € la de 12. Esto provoca que a menudo las botellas acaben siendo revendidas, pese a la oposición explícita de los monjes, alcanzando precios estratosféricos. También se han detectado falsificaciones, en las que se venden como Westvleteren otras cervezas de mucha menor calidad. Los beneficios que obtienen los monjes se emplean en el mantenimiento del monasterio y en algunas actividades benéficas para los habitantes del pueblo.
Otra peculiaridad de esta cerveza es que carece de etiquetas. Toda la información que por ley debe incluir la cerveza se encuentra en las tapas de las botellas, de distintos colores según la variedad (azul la 8, amarilla la 12 y verde la Blonde). En algunos países, como los EEUU, son los importadores los que le colocan etiquetas para cumplir con la legislación.


En la factoría trabajan a tiempo completo cinco monjes, mas tres trabajadores seculares contratados. A ellos se les unen otros cinco monjes para echarles una mano durante el embotellado, la época donde hay más trabajo. Una curiosidad es que esta fue una de las escasas cervecerías que no vio incautados sus toneles de cobre durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial para ser fundidos y usados en la producción de armamento.
A pesar de la gran popularidad que les ha proporcionado el éxito de su cerveza, los monjes de San Sixto se han mostrado discretos y evitan cualquier publicidad. Rara vez conceden entrevistas y no suelen admitir visitantes no religiosos, a los que por lo general dirigen al centro de visitantes, donde pueden encontrar abundante información sobre la historia del monasterio y su cervecería. Como el prior de la abadía declaró en 1992, al inaugurar la nueva maquinaria de la cervecería, "No somos cerveceros, somos monjes. Fabricamos cerveza para permitirnos poder ser monjes".

2 comentarios:

  1. Muy consecuentes los monjes, contrarios a las leyes de la oferta y la demanda, aunque poco hacer con la reventa y especulación posterior.
    Interesante.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En estos tiempos de mercantilismo, resulta agradable ver que hay gente que todavía se aferra a sus principios.
      Un saludo.

      Eliminar